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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
complacidos se encuentran con ellos mismos; y abrigan la idea de
que el cargo es el que da carácter a la persona. Pocos comprenden
que tienen ante ellos la tarea constante de desarrollar la paciencia, la
simpatía, la caridad, la escrupulosidad y la fidelidad, que son rasgos
de carácter indispensables para quienes ocupan puestos de responsa-
bilidad. Todos los que trabajan en el sanatorio debieran poseer una
consideración sagrada por los derechos de los demás, lo cual no es
otra cosa sino obedecer los principios de la ley de Dios.
Algunos, en esta institución, carecen, tristemente, de las cualida-
des indispensables para la felicidad de todos los que se relacionan
con ellos. Los médicos y los auxiliares de los diversos ramos de
trabajo debieran cuidarse mucho contra la manifestación de una
frialdad egoísta, de una disposición distante y antisocial, porque
esto enajenaría los afectos y la confianza de los pacientes. Muchos
que acuden al sanatorio son personas refinadas y sensibles, de tacto
y agudo discernimiento. Estas personas descubren tales defectos
inmediatamente y los comentan. Las personas no pueden amar su-
premamente a Dios y a su prójimo como a sí mismos y al mismo
tiempo ser fríos como témpanos. No sólo privan a Dios del amor que
se le debe dar, sino también al mismo tiempo privan a sus semejantes
de ese amor. El amor es una planta de crecimiento celestial, y se debe
cultivar y alimentar. Los corazones afectuosos y las palabras veraces
y amantes, harán felices a las familias y ejercerán una influencia
elevadora sobre todos los que entran en contacto con la esfera de su
influencia.
Los que aprovechan al máximo sus privilegios y oportunidades
serán, en el sentido bíblico, personas de talento y educadas; no
tendrán solamente conocimientos, sino que serán educadas tanto
intelectualmente, como en sus maneras y en su comportamiento.
Serán refinadas, tiernas, compasivas y afectuosas. Se me mostró
que esto es lo que exige el Dios del cielo de las instituciones de
Battle Creek. Dios nos ha dado facultades para que las usemos, las
desarrollemos y las fortalezcamos con la educación. Es preciso que
razonemos y reflexionemos, indicando cuidadosamente la relación
que existe entre las causas y los efectos. Cuando esto se practique
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la mayoría pondrá más cuidado en sus palabras y sus acciones,
de manera que puedan dar una mejor respuesta al propósito de la
creación de Dios.