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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
necesitan bondad, simpatía y amor. Mediante la relación con los
demás, nuestras mentes debieran pulirse y refinarse. Dependemos
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unos de otros, y nos encontramos estrechamente vinculados por la
fraternidad humana.
“El cielo hizo que uno de otro dependiera,
un amo, un siervo, o un amigo,
se apoyan unos en otros en busca de ayuda,
hasta que la debilidad de uno se convierte en la fortaleza de
todos”.
Los cristianos se ponen en contacto con el mundo por medio
de las relaciones sociales. Cada hombre o mujer que haya probado
el amor de Cristo y recibido en el corazón la iluminación divina,
tiene el deber delante de Dios de arrojar luz sobre la senda oscura de
los que no están familiarizados con un camino mejor. Todo obrero
de este sanatorio ha de convertirse en testigo de Jesús. El poder
social, santificado por el Espíritu de Cristo, debe ser aprovechado
para ganar almas para el Salvador.
Los que tienen que tratar con personas que difieren tan am-
pliamente en carácter, disposición y temperamento, experimentarán
luchas, perplejidades y choques, aun cuando hagan lo mejor que
pueden. Puede ser que la ignorancia, el orgullo y la independencia
que encontrarán les causen disgusto; pero esto no los desanimará.
Se colocarán donde puedan influir en el ánimo de otros en lugar de
que otros influyan en ellos. Firmes como una roca a los principios,
con fe inteligente, permanecerán sin dejarse corromper por las in-
fluencias que imperan en el ambiente. El pueblo de Dios no se dejará
transformar por las diversas influencias a las que necesariamente se
verá expuesto; sino que permanecerá firme por Jesús, y mediante la
ayuda de su Espíritu ejercer un poder transformador sobre las mentes
alteradas por los hábitos falsos y contaminadas por el pecado.
No hay que ocultar a Cristo en el corazón y encerrarlo como un
tesoro codiciado, sagrado y dulce, para ser disfrutado únicamente
por el que lo posee. Tengamos a Cristo en nuestro corazón como
una fuente de agua que salta para vida eterna, que refresca a todos
los que se ponen en contacto con nosotros. Confesemos a Cristo
abiertamente y con valor, y demostremos en nuestro carácter su hu-