Página 565 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Economía y abnegación
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ser influidas y corrompidas, alejándose de la sencillez del evange-
lio, por los devotos de las modas. Si ven que los que profesan ser
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reformadores son, en la medida en que las circunstancias lo permi-
tan, indulgentes con los apetitos, se visten según las costumbres del
mundo y son esclavos de la autocomplacencia, serán confirmados
en sus perversos hábitos. Llegan a la conclusión de que, a fin de
cuentas, tampoco están tan alejados del buen camino y que no es
preciso que hagan ningún gran cambio. El pueblo de Dios debería
mantener firmemente el modelo de aquello que es correcto y ejercer
una influencia tal que rectifique los malos hábitos de los que han
adorado en el templo de la moda y rompan el hechizo que Sata-
nás ha ejercido sobre esas pobres almas. Los mundanos deberían
ver un claro contraste entre su extravagancia y la sencillez de los
reformadores que siguen a Cristo.
El secreto para tener éxito en la vida reside en prestar una me-
ticulosa y consciente atención a las pequeñas cosas. Dios pone ahora
el mismo cuidado en crear una sencilla hoja, una delicada flor y
el brote de hierba, que puso cuando creó el mundo. La estructura
simétrica de un carácter fuerte y bello se construye con todos y cada
uno de los actos de responsabilidad. Todos deberían aprender a ser
tan fieles en el más pequeño como en el mayor de los deberes. El
trabajo no resistirá la inspección de Dios a menos que incluya un
fiel y diligente cuidado económico por las pequeñas cosas.
Todos los que tienen laguna relación con nuestras instituciones
deberían poner el máximo cuidado en que nada se malgaste, aun
cuando el asunto no caiga en su área de trabajo. Todos pueden
participar en el ahorro. Todos deberían desempeñar su tarea, no para
ganar la alabanza de los hombres, sino para que resista el escrutinio
de Dios.
Cristo dio una vez a sus discípulos una lección de economía
que merece toda nuestra atención. Obró un milagro para alimen-
tar a miles de hambrientos que habían escuchado sus enseñanzas.
Aunque al fin todos comieron y quedaron satisfechos, no permitió
que se echaran a perder los fragmentos. Él, que con su poder podía
alimentar la vasta multitud de necesitados, pidió a sus discípulos que
reunieran los fragmentos para que nada se perdiera. Esta lección se
dio para nuestro bien así como para el bien de los que vivieron en
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tiempos de Cristo. El Hijo de Dios tiene cuidado de las necesidades