Página 597 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Las sociedades de extensión misionera
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Me alarmé cuando vi varias redes de Satanás tejidas alrededor de
hombres que podría usar Dios, alejándolos de la obra del ministerio.
Con certeza habrá escasez de obreros a menos que se aliente más a
los hombres para que aprovechen sus capacidades con el propósito
de ser ministros de Cristo. Satanás constantemente, con perseve-
rancia, presenta ganancias económicas y beneficios mundanos para
tener ocupadas las mentes y las facultades de los hombres, impi-
diéndoles el cumplimiento de las obligaciones esenciales para que
obtengan experiencia en las cosas de Dios. Cuando vea que esos
hombres se adelantan, entregándose a la tarea de enseñar la verdad
a los que están en las tinieblas hará lo indecible para empujarlos
hasta el límite en algo que pueda debilitar su influencia y haga que
pierdan el beneficio que habrían podido ganar si el Espíritu de Dios
los hubiera equilibrado.
Se me mostró que nuestros ministros se hacían un gran daño
con el descuido de sus órganos vocales. Se atraía su atención a
tan importante asunto y el Espíritu de Dios los advertía y les daba
instrucciones al respecto. Debían aprender a usar esos órganos del
modo más sabio. La voz, ese don del cielo, es una poderosa facultad
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para hacer el bien y, sino se pervierte, glorifica a Dios. Todo cuanto se
precisaba era estudiar y seguir conscientemente unas pocas sencillas
reglas. Sin embargo, en lugar de educarse como deberían haberlo
hecho con el ejercicio y un poco de sentido común, contrataron a un
profesor de dicción.
Como resultado, muchos que sentían que Dios tenía una tarea
para ellos enseñando la verdad a otros se han infatuado y se han
obsesionado con la dicción. A algunos les ha bastado con que se les
presentara esta tentación. Su interés quedó cautivo de la novedad;
de modo que esta excitación alejó a algunos jóvenes y ministros.
Abandonaron sus campos de trabajo, descuidando por completo la
viña del Señor, y gastaron su dinero y su precioso tiempo asistiendo
a una academia de dicción. Cuando salían de esa disciplina, la con-
sagración y la religión los habían abandonado y dejaron la carga de
las almas como quien se quita un vestido. Aceptaron las sugerencias
de Satanás y éste los llevó donde quiso.
Algunos, a su vez, indiscretos e incapaces, se establecieron como
profesores de dicción y atrajeron sobre sí el descrédito porque no
usaban correctamente los conocimientos que habían obtenido. Su