Página 611 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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El amor del mundo
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desempeñado una gran tarea. Debemos abandonar el ansia de prestar
grandes servicios y acumular grandes talentos ya que hemos sido
hechos responsables de pequeños talentos y el desempeño de humil-
des obligaciones. Al menoscabar las pequeñas obligaciones diarias
y querer alcanzar responsabilidades mayores no hacemos el trabajo
que Dios nos confió.
¡Ojalá pudiera conseguir que esa iglesia se apercibiera del hecho
de que Cristo tiene derechos sobre su servicio! Hermanos y herma-
nas, ¿sois siervos de Cristo? Entonces, si dedicáis la mayor parte
de vuestro tiempo a serviros a vosotros mismos, ¿cuál será vuestra
respuesta cuando el Señor os pida que rindáis cuentas de vuestra ma-
yordomía? Los talentos que se nos han confiado no son nuestros, ya
sean de propiedades, fuerza o capacidad mental. Si hacemos un mal
uso, no importa si son todos o sólo uno, se nos condenará justamente
por nuestra mala mayordomía. ¡Cuán grandes son las obligaciones
que recaen sobre nosotros si tenemos que devolver a Dios aquello
que es suyo!
A menos que esa iglesia despierte de su letargo y se sacuda del
espíritu del mundo, cuando sea demasiado tarde y descubran que
han perdido para siempre ocasiones y privilegios, lo lamentarán.
A veces el Señor prueba a su pueblo con prosperidad en las cosas
temporales. Pero su intención es que haga un uso correcto de sus
dones. Sus propiedades, su tiempo, su fuerza y sus oportunidades
son de Dios. Porque todas esas bendiciones deben ser devueltas
al Dador. Mientras entre nuestros hermanos vemos necesidades y
miseria y escatimamos su alivio cuando nuestras propias necesida-
des ya están cubiertas, descuidamos un claro deber revelado en la
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palabra de Dios. Nos da generosamente para que podamos dar a
otros. La beneficencia vence la soberbia y ennoblece y purifica el
alma. Algunos hacen un mal uso de los talentos que Dios les dio;
cierran los ojos para no tener que ver las necesidades de la causa del
Señor y apartan los oídos para no tener que escuchar su voz mos-
trándoles que su deber es alimentar a los hambrientos y vestir a los
desnudos. Algunos que profesan ser hijos de Dios parecen ansiosos
por invertir sus recursos en el mundo no sea que regrese al Dador en
forma de ofrendas y donaciones. Olvidan su divina misión y si se
obstinan en seguir los dictados de sus corazones egoístas, gastando
un tiempo y unos recursos preciosos en satisfacer su orgullo, Dios