Página 612 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
les enviará el infortunio y sentirán una necesidad acuciante a causa
de su ingratitud. El Señor entregará sus talentos a otros mayordomos
más fieles que reconozcan que él tiene derechos sobre ellos.
La riqueza es un poder que permite hacer el bien y el mal. Usada
correctamente es fuente de continua gratitud porque los dones de
Dios se aprecian y se reconoce al Dador en el uso que se les da según
la intención de Dios. Los que roban a Dios reteniendo recursos para
su causa y para los pobres que sufren se encontrarán con su justa re-
tribución. Nuestro Padre celestial, que nos dio en fideicomiso todos
los buenos dones, se apiada de nuestra ignorancia, nuestra fragilidad
y nuestra condición desesperanzada. Para salvarnos de la muerte,
libremente, dio a su amado Hijo. Nos pide todo aquello que consi-
deramos nuestro. Abandonar a los pobres sufrientes es abandonar a
Cristo porque él nos dice que los pobres son sus representantes en la
tierra. Cristo acepta la compasión y la benevolencia mostradas hacia
ellos como si se le mostraran a él mismo.
Cuando descuida a los pobres del Señor y los olvida o los saluda
con miradas frías y palabras crueles, el culpable deberá tener presente
que está abandonando a Cristo en la persona de sus santos. Nuestro
Salvador identifica su interés con el de la humanidad sufriente. Así
como el corazón del padre añora con ternura compasiva al que
sufre entre su pequeño rebaño, el corazón de nuestro Redentor se
compadece con los más pobres y humildes de sus hijos terrenales.
Los ha puesto entre nosotros para despertar en nuestros corazones el
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amor que él siente hacia los que sufren y están oprimidos y hará que
sus juicios caigan sobre quien los ofenda, los menoscabe o abuse de
ellos.
Consideremos que Jesús tomó en su corazón todas las tribula-
ciones y los pesares, la pobreza y el sufrimiento del hombre y las
convirtió en parte de su experiencia. Aunque era el Príncipe de la
vida, no se sentó entre los grandes y honorables, sino con los humil-
des, los oprimidos y los que sufren. Fue el Nazareno menospreciado.
No tenía dónde reposar la cabeza. Se hizo pobre por nosotros para
que, por su pobreza, nosotros pudiésemos ser hechos ricos. Ahora
es el Rey de gloria y si viniera coronado con majestad, muchos le
rendirían homenaje. Todos competirían unos con otros para hon-
rarlo; todos desearían estar en su presencia. Ahora se nos brinda
una oportunidad para recibir a Cristo en la persona de sus Santos.