Página 613 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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El amor del mundo
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Dios quiere que apreciéis sus dones y los uséis para su gloria. Os
recomiendo que abráis el corazón a la verdadera y desinteresada
benevolencia.
Apreciados hermanos, como iglesia habéis descuidado triste-
mente vuestras obligaciones hacia los hijos y los jóvenes. Además
de establecer para ellos normas y restricciones, deberíais poner gran
cuidado en mostrarles la cara de vuestro carácter que se semeja
a Cristo, no la satánica. Los hijos necesitan vigilancia constante
y amor tierno. Atadlos a vuestros corazones y haced que amen y
teman a Dios. Los padres y las madres no controlan su espíritu y,
por lo tanto, no son aptos para gobernar a otros. Además de reprimir
y prevenir a los hijos, es preciso aprender a obrar justamente y con
amor misericordioso a la vez que se anda humildemente con Dios.
Todo deja una marca sobre la mente de los jóvenes. Estudian la ex-
presión del rostro, la voz ejerce su influencia sobre ellos e imitan con
exactitud el comportamiento. Los padres y las madres angustiados e
irritables dan lecciones a sus hijos que, algún día, si pudieran, darían
todo el mundo para desaprenderlas. Los hijos deben ver en la vida
de sus padres una coherencia acorde con su fe. Al llevar una vida
coherente y ejercer el dominio propio, los padres pueden moldear el
carácter de sus hijos.
Nuestras familias están ocupadas con demasiadas preocupacio-
nes y cargas y la sencillez natural, la paz y la felicidad encuentran
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poco espacio. Deberíais preocuparos menos por lo que el mundo
exterior diga y prestar más atención a los miembros del círculo fami-
liar. No aceptéis tanta cortesía mundana y cultivad más la ternura y
el amor, la alegría y la cortesía cristiana con los miembros de la casa.
Muchos deberán aprender a hacer del hogar un lugar atractivo y de
disfrute. Los corazones agradecidos y las miradas amables son más
valiosos que las riquezas y el lujo, y la satisfacción por las pequeñas
cosas hará del hogar un lugar feliz si en él reina el amor.
Jesús, el Redentor, anduvo en la tierra con la dignidad de un rey
aunque era manso y humilde de corazón. Fue una luz y una bendición
para todas las casas porque llevaba con él alegría, esperanza y aliento.
Ojalá pudiésemos quedar satisfechos con menos anhelos del corazón,
menos cuitas por cosas difíciles de obtener para embellecer nuestros
hogares mientras no apreciemos lo que Dios valora más que las
joyas, el espíritu manso y pacífico. La gracia de la sencillez, la