Página 615 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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El amor del mundo
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samientos impuros no es preciso que los expresemos con palabras
o acciones para consumar el pecado y condenar el alma. Su pureza
queda manchada y el tentador triunfa.
Cuando sus propias pasiones lo apartan y lo atraen, el hombre
es víctima de la tentación. Se aparta del camino de la virtud y el
bien real por seguir sus inclinaciones. Si los jóvenes poseyesen
integridad moral las más rudas tentaciones serían vanas. Satanás
es culpable de tentaros, pero vosotros sois culpables de ceder a la
tentación. Satanás no tiene el poder de forzar a los tentados para que
se vuelvan transgresores. No hay excusa para el pecado.
Mientras algunos jóvenes malgastan sus facultades con vanida-
des e insensateces, otros disciplinan la mente, acumulando cono-
cimiento, revistiéndose con la armadura para emprender una vida
de luchas, decididos a coronarla con el éxito. Pero fracasarán, por
alto que consigan trepar, a menos que centren sus afectos en Dios.
Si se vuelven al Señor de todo corazón, rechazando los engaños
que los puedan debilitar en lo más mínimo, su propósito de obrar
correctamente, tendrá fuerza y confianza en Dios.
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Los que aman la sociedad frecuentemente consienten este rasgo
hasta que se convierte en una pasión dominadora. El vestido, las
visitas a lugares de diversión, las risas y la charla sobre temas ligeros
como la vanidad son el objetivo de su vida. No pueden soporta la
lectura de la Biblia y contemplar las cosas celestiales. Se sienten
miserables a menos que algo los excite. Carecen de la facultad de
ser felices y para serlo dependen de la compañía de otros jóvenes tan
irreflexivos y rebeldes como ellos mismos. Emplean las facultades
que podrían usar con propósitos nobles en insensateces y disipación.
El joven que encuentra placer y felicidad en la lectura de la pa-
labra de Dios y en la hora de oración siempre se sacia con sorbos
de la Fuente de vida. Alcanzará una altura de excelencia moral y
una amplitud de pensamiento que nadie más puede concebir. La
comunión con Dios favorece los buenos pensamientos, las nobles
aspiraciones, la clara percepción de la verdad y los elevados propó-
sitos de acción. Dios reconoce a los que unen el alma con él como
sus hijos e hijas. Ascienden sin cesar y obtienen visiones claras de
Dios y la eternidad hasta que el Señor hace de ellos vías de luz y
sabiduría para el mundo.