Página 63 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La verdadera benevolencia
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en su benevolencia desinteresada. Definitivamente necesitan más
compasión humana.
Ésta es una cualidad de nuestras naturalezas que Dios nos ha con-
cedido para hacernos amables y bondadosos con los que se ponen en
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contacto con nosotros. La encontramos en hombres y mujeres cuyos
corazones no están en armonía con Cristo, y es verdaderamente triste
cuando a sus profesos seguidores les falta esta gran característica
del cristianismo. No copian el Modelo, y es imposible que reflejen
la imagen de Jesús en sus vidas y comportamiento.
Cuando la compasión humana se mezcla con el amor y la be-
nevolencia, y el espíritu de Jesús la santifica, es un elemento que
puede producir mucho bien. Los que cultivan la benevolencia no
sólo están haciendo una buena obra para otros, y bendiciendo a los
que reciben su buena acción, sino que también se están beneficiando
a sí mismos, al abrir sus corazones a la benigna influencia de la
verdadera benevolencia. Cada rayo de luz que brilla sobre otros, será
reflejado sobre nuestros propios corazones. Cada palabra bondadosa
y llena de compasión que se dirija a los dolientes, cada acción que
tienda a producir alivio a los oprimidos, y cada don que supla las
necesidades de nuestros prójimos, dado y realizado para la gloria
de Dios, resultará en bendiciones para el dador. Los que trabajan
de esta manera están obedeciendo una ley del cielo, y recibirán la
aprobación de Dios. El placer que se siente al hacer bien a otros, im-
parte un resplandor a los sentimientos que se irradia por los nervios,
estimula la circulación de la sangre e induce salud mental y física.
Jesús conocía la influencia que tiene la benevolencia sobre el
corazón y la vida del benefactor, y procuró impresionar sobre la
mente de sus discípulos los beneficios que se derivarían del ejercicio
de esta virtud. Dijo él: “Más bienaventurada cosa es dar que recibir”.
Hechos 20:35
. Ilustra el espíritu de gozosa benevolencia que debiera
ejercerse hacia amigos, vecinos y extraños, por medio de la parábola
del hombre que viajando de Jerusalén a Jericó cayó en manos de
ladrones, “los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, deján-
dole medio muerto”.
Lucas 10:30
. A pesar de la exaltada profesión
de piedad que hacían el sacerdote y el levita, sus corazones no se
conmovieron por tierna compasión hacia el sufriente. Un samaritano
que no tenía tan elevadas pretensiones de ser justo, pasó por allí y
cuando vio la necesidad del extraño, no se limitó a contemplarlo con