Página 632 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
al vestir a sus hijos de acuerdo con la moda ¡Qué despilfarro de
tiempo! Los pequeñuelos tendrían muy buen aspecto con un vestido
sin frunces ni adornos, pero que esté ordenado y limpio. Es tan fácil
lavar y planchar un vestido tal, que este trabajo no se siente como
una carga.
¿Por qué, al servir a las modas de esta época, se atreven nuestras
hermanas a privar a Dios del servicio que le deben, y a su tesorería
del dinero que deberían dar para su causa? Dedican los primeros
y mejores pensamientos al vestido; despilfarran el tiempo y mal-
gastan el dinero. Descuidan la cultura de la mente y del corazón.
Consideran el carácter como de menor importancia que el vestido.
El adorno de un espíritu manso y apacible es de valor infinito; y es
una insensatez de las más perversas malgastar en actividades frívolas
nuestras oportunidades de conseguir el precioso adorno del alma.
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Hermanas, podéis hacer una obra noble para Dios si queréis. La
mujer no conoce su poder. Dios no quiso que sus capacidades fuesen
todas absorbidas en preguntarse: “¿Qué comeré? ¿Qué beberé? ¿Con
qué me vestiré?” Hay un propósito más elevado para la mujer, un
destino más grandioso. Debe desarrollar y cultivar sus facultades;
porque Dios puede emplearlas en su gran obra de salvar a las almas
de la ruina eterna.
El domingo, las iglesias populares parecen más un teatro que un
lugar de adoración a Dios. Se ostentan todos los estilos de moda.
Los pobres no tienen valor para entrar en tales lugares para adorar.
Alguien que asistía a una de esas iglesias me comentó: “Proporciona
una oportunidad ideal para el estudio de la moda. Puedo ver el
efecto de los distintos estilos en el vestido. ¿Sabe? Obtengo un
gran beneficio en el negocio con la observación del efecto que los
distintos vestidos de diferentes formas tienen sobre las variadas
complexiones. ¿Se dio cuenta de ese magnífico sombrero y esa
falda? Sé cómo los confeccionaron. He tomado lecciones todo el día
para ponerlas en práctica”.
Ni una palabra se refería a Cristo o al sermón que se predicaba.
Pensé: “¿Cómo puede Jesús considerar a alguien que ostenta tantos
ornamentos y vestidos extravagantes?” ¡Cuánto deshonor se ha traído
a la casa de Dios. Si Cristo viniese a la tierra y visitara esas iglesias,
¿no echaría fuera a todos los profanadores de la casa de su Padre?