Página 634 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
y empequeñecidas y sus pensamientos se concentran en su pobre
y despreciable persona. En cierta oportunidad en que pasaba una
joven vestida a la moda delante de varios caballeros en la calle, uno
de ellos preguntó algo acerca de ella. La respuesta fue: “Sirve de
lindo adorno en la casa de sus padres, pero en otro sentido no tiene
utilidad”. Es deplorable que los que profesan ser discípulos de Cristo
consideren cosa buena imitar la indumentaria y los modales de estos
adornos inútiles.
Pedro da a las mujeres cristianas valiosas instrucciones acerca del
vestir: “Vuestro atavío no sea el externo, de peinados ostentosos, de
adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón,
en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de
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grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en
otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando
sujetas a sus maridos”.
1 Pedro 3:3-5
. Todo lo que recomendamos
es que se cumplan las órdenes de la Palabra de Dios. ¿Leemos y
seguimos las enseñanzas de la Biblia? ¿Obedeceremos a Dios o
nos conformaremos con las costumbres del mundo? ¿Serviremos
a Dios o a Mammón? ¿Podemos esperar tener la paz del espíritu
y la aprobación de Dios mientras andamos en forma directamente
contraria a las enseñanzas de su Palabra?
El apóstol Pablo exhorta a los cristianos a no conformarse con el
mundo, sino a transformarse por la renovación de su entendimiento
para que experimenten “cuál sea la buena voluntad de Dios, agra-
dable y perfecta”.
Romanos 12:2
. Pero muchos de los que profesan
ser hijos de Dios no manifiestan escrúpulos al conformarse a las
costumbres del mundo en lo que se refiere a llevar oro, perlas y
atavíos costosos. Los que son demasiado concienzudos para llevar
estas cosas son considerados como de mente estrecha, supersticiosos
y hasta fanáticos. Pero es Dios quien condesciende a darnos estas
instrucciones; son las declaraciones de la Sabiduría infinita; y quie-
nes las desprecian lo hacen a su propio riesgo y pérdida. Los que se
aferran a los adornos prohibidos en la Palabra de Dios, conservan
orgullo y vanidad en su corazón. Desean atraer la atención. Su ves-
tido dice: “Miradme; admiradme”. Así, la complacencia aumenta
constantemente la vanidad inherente a la naturaleza humana. Cuan-
do la mente piensa sólo en agradar a Dios, desaparecen todos los
embellecimientos inútiles de la persona.