Página 635 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La sencillez en el vestir
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El apóstol pone el adorno exterior en contraste directo con un
espíritu manso y humilde, y luego atestigua el valor comparativo
de este último, “que es de grande estima delante de Dios”.
1 Pedro
3:4
. Hay una contradicción decidida entre el amor al atavío externo
y la gracia de la mansedumbre, el espíritu apacible. Únicamente
si buscamos en todas las cosas amoldarnos a la voluntad de Dios
reinará en el alma la paz y el gozo.
El amor al vestido hace peligrar la moralidad, y hace de la mujer
lo contrario de una dama cristiana, caracterizada por la modestia
y la sobriedad. Los vestidos extravagantes y ostentosos, a menudo
alientan la concupiscencia del corazón de quien los lleva y despiertan
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las bajas pasiones del corazón del que los contempla. Dios ve que la
ruina del carácter está precedida con frecuencia por la indulgencia
del orgullo y la vanidad en el vestir. Ve que las vestiduras costosas
incapacitan para hacer el bien.
Cuantos más recursos invierte una persona en el vestido, menos
le es posible alimentar a los hambrientos y cubrir a los desnudos. Por
tanto, la corriente de beneficencia, que debería fluir constantemente,
se seca. Cada dólar ahorrado renunciando a los ornamentos inútiles
puede servir para los necesitados o para ser depositado en la tesore-
ría del Señor para sostener el evangelio, para enviar misioneros al
extranjero o para multiplicar las publicaciones que lleven rayos de
luz a las almas que se encuentran en las tinieblas del error.
Hermana, ¿cuánto tiempo ha pasado confeccionando adornos in-
necesarios? Piense que deberá rendir cuentas a Dios por él. ¿Cuánto
dinero gastó para complacer sus fantasías o ganarse la admiración
de corazones tan vanos como el suyo? Era dinero de Dios. ¡Cuánto
bien podría haber hecho con él! ¡Y qué perdida soportará en esta
vida, y en la vida futura e inmortal, al no hacerlo! Las almas serán
juzgadas según las acciones del cuerpo. Dios lee los propósitos y
los motivos. Cada obra y cada secreto está al descubierto ante su
ojo que todo lo ve. Ningún pensamiento, ninguna palabra o ninguna
acción escapa de su atención. Sabe si lo amamos y lo glorificamos o
nos complacemos y exaltamos a nosotros mismo. Sabe si ponemos
nuestro afecto en las cosas de arriba, donde Cristo se sienta a la
diestra de Dios, o en las cosas terrenales, sensuales y diabólicas.
Cuando usted pone sobre su persona una pieza de vestir extra-
vagante o inútil la está retrayendo de los desnudos. Cuando llena la