Página 65 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La verdadera benevolencia
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el espíritu de esos Mandamientos, mientras que los otros se conten-
taron con profesar una exaltada fe en ellos; ¿pero qué es la fe sin
obras? Cuando los proponentes de la Ley de Dios plantan sus pies
firmemente sobre sus principios, mostrando que no sólo son leales
de nombre sino leales de corazón, cumpliendo en sus vidas diarias
el espíritu de los Mandamientos de Dios y ejerciendo verdadera
benevolencia para con el hombre, entonces ellos tendrán el poder
moral que podrá mover el mundo. Es imposible que los que profesan
obediencia a la Ley de Dios representen correctamente los principios
de ese sagrado Decálogo, si desprecian sus santos mandatos de amar
a su prójimo como a sí mismo.
El sermón más elocuente que pueda predicarse acerca de la ley
de los Diez Mandamientos es
cumplirlos
. La obediencia debiera
convertirse en un deber personal. El descuido de este deber consti-
tuye un pecado evidente. Dios nos coloca bajo la obligación, de no
sólo obtener nosotros el cielo sino también de sentir que es un deber
ineludible mostrar a otros el camino, y a través de nuestro cuidado y
amor desinteresado, atraer hacia Cristo a los que se colocan dentro
de la esfera de nuestra influencia. La singular ausencia de principios
que caracterizan las vidas de muchos profesos cristianos es alarman-
te. Su descuido de la Ley de Dios desanima a los que reconocen sus
sagrados derechos, y tiende a desviar de la verdad a muchos que de
otro modo la aceptarían.
Con el fin de obtener un conocimiento apropiado de nosotros
mismos, es necesario mirar en el espejo, y al descubrir allí nuestros
propios defectos, hacer uso de la sangre de Cristo, la fuente que se
abrió para limpiar el pecado y la impureza en la cual podemos lavar
los ropajes de nuestro carácter y quitar las manchas del pecado. Pero
muchos se niegan a ver sus errores y corregirlos; no desean lograr
un verdadero conocimiento de sí mismos.
Si deseamos alcanzar altos logros en excelencia moral y espiri-
tual, debemos vivir con ese objetivo. Estamos bajo una obligación
personal frente a la sociedad de hacer esto, con el fin de ejercer
continuamente influencia en favor de la Ley de Dios. Debiéramos
dejar que nuestra luz brillase de modo que todos pudieran ver que
el sagrado Evangelio está influyendo sobre nuestros corazones y
nuestras vidas, que caminamos en obediencia a sus mandamientos y
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no violamos ninguno de sus principios. En gran medida, el mundo