Página 78 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
poder. Elévense las voces en cantos de alabanza y devoción. Si es
posible, recurramos a la música instrumental, y ascienda a Dios la
gloriosa armonía como ofrenda aceptable.
Pero es a veces más difícil disciplinar a los cantores y mantener-
los en orden que mejorar las costumbres de la gente en cuanto a orar
y exhortar. Muchos quieren hacer las cosas según su propio estilo;
se oponen a las consultas y se impacientan bajo la dirección. En
el servicio de Dios se necesitan planes bien madurados. El sentido
común es algo excelente en el culto del Señor. Las facultades del
pensar deben ser consagradas a Cristo y deben idearse medios y
recursos para servirle mejor. La iglesia de Dios que procura hacer
bien, viviendo la verdad y tratando de salvar almas, puede ser un
poder en el mundo si es disciplinada por el Espíritu del Señor. Sus
miembros no deben pensar que pueden trabajar para la eternidad
con negligencia.
Como pueblo, perdemos mucho por falta de cortesía y sociabili-
dad unos con otros. El que habla de independencia y se encierra en sí
mismo no está ocupando el puesto que Dios le destinó. Somos hijos
de Dios y dependemos mutuamente unos de otros para nuestra feli-
cidad. Sobre nosotros pesan los derechos de Dios y de la humanidad.
Debemos desempeñar todos nuestra parte en esta vida. El debido
cultivo de los elementos sociales de nuestra naturaleza es lo que nos
hace simpatizar con nuestros hermanos y nos proporciona felicidad
en nuestros esfuerzos por beneficiar a otros. La felicidad del cielo
consistirá en la comunión pura de los seres santos, la armoniosa
vida social con los ángeles bienaventurados y con los redimidos
que hayan lavado y emblanquecido sus vestiduras en la sangre del
Cordero. No podemos ser felices mientras estamos engolfados en
nuestros propios intereses. Debemos vivir en este mundo para ganar
almas para el Salvador. Si perjudicamos a otros, nos perjudicamos a
nosotros también. Si beneficiamos a otros nos beneficiamos a noso-
tros mismos; porque la influencia de toda buena acción se refleja en
nuestro corazón.
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Tenemos el deber de ayudarnos unos a otros. No siempre llega-
mos a relacionarnos con cristianos sociables, amables y humildes.
Muchos no han recibido la debida educación; su carácter es defor-
me, rudo y nudoso; parece retorcido en todo sentido. Mientras les
ayudamos a ver y corregir sus defectos, debemos cuidar de no impa-