Página 79 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Colaboradores de Cristo
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cientarnos e irritarnos por las faltas de nuestros prójimos. Hay seres
desagradables que profesan a Cristo; pero la belleza de la gracia
cristiana los transformará si se ponen diligentemente a obtener la
mansedumbre y bondad de Aquel a quien siguen, recordando que
“nadie vive para sí”.
Romanos 14:7
. ¡Colaboradores de Cristo! ¡Qué
posición excelsa!
¿Dónde se han de encontrar los abnegados misioneros en estas
grandes ciudades? El Señor necesita obreros en su viña. Debemos te-
mer robarle el tiempo que exige de nosotros; debemos temer gastarlo
en la ociosidad y en el atavío del cuerpo, dedicando a insensatos
propósitos las horas preciosas que Dios nos ha dado para que las
dediquemos a la oración, a familiarizarnos con nuestra Biblia y a
trabajar para beneficio de nuestros semejantes, haciéndonos así a no-
sotros mismos y a ellos idóneos para la gran obra que nos incumbe.
Hay madres que dedican trabajo innecesario a vestidos desti-
nados a hermosear su propia persona y la de sus hijos. Es nuestro
deber vestirnos a nosotros y a nuestros hijos sencillamente y con
aseo, sin inútiles adornos, bordados o atavíos, cuidando de no fo-
mentar en ellos un amor a la indumentaria que provocaría su ruina,
sino tratando más bien de cultivar las gracias cristianas. Ninguno de
nosotros puede ser excusado de sus responsabilidades, y en ningún
caso podremos comparecer sin culpa delante del trono de Dios a
menos que hagamos la obra que el Señor nos ha encargado.
Se necesitan misioneros de Dios, hombres y mujeres fieles que
no rehuyan la responsabilidad. Un trabajo dedicado logrará buenos
resultados. Hay verdadero trabajo que hacer. La verdad debe ser
presentada a la gente de una manera cuidadosa por personas que
unan la mansedumbre a la sabiduría. No nos mantengamos apartados
de nuestros semejantes, sino acerquémonos a ellos; porque sus almas
son tan preciosas como las nuestras. Podemos llevar la luz a sus
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hogares y, con espíritu enternecido y subyugado, implorar con ellos
para que vivan a la altura del exaltado privilegio que se les ofrece;
podemos orar con ellos cuando parezca apropiado, mostrarles que
pueden alcanzar cosas superiores, y luego hablarles con prudencia
de las verdades sagradas para estos postreros días.
Entre nuestro pueblo hay más reuniones dedicadas al canto que
a la oración. Pero aun estas reuniones pueden ser dirigidas con re-
verencia acompañada de alegría para que ejerzan buena influencia.