Página 92 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
La purificación del pueblo de Dios no puede lograrse sin que
dicho pueblo soporte padecimientos. Dios permite que los fuegos
de la aflicción consuman la escoria, separen lo inútil de lo valioso, a
fin de que el metal puro resplandezca. Nos hace pasar de un fuego a
otro, probando nuestro verdadero valor. Si no podemos soportar estas
pruebas, ¿qué haremos en el tiempo de angustia? Si la prosperidad
o la adversidad descubren falsedad, orgullo o egoísmo en nosotros,
¿qué haremos cuando Dios pruebe la obra de cada uno como por
fuego y revele los secretos de todo corazón?
La verdadera gracia está dispuesta a ser probada; y si estamos
poco dispuestos a que el Señor nos escudriñe, nuestra condición es
verdaderamente grave. Dios es refinador y purificador de las almas;
en el calor del horno, la escoria queda para siempre separada del
verdadero oro y plata del carácter cristiano. Jesús vigila la prueba.
Él sabe lo que es necesario para purificar el metal precioso a fin de
que refleje el esplendor de su amor divino.
Dios acerca a los suyos a sí mismo mediante pruebas difíciles,
mostrándoles su propia debilidad e incapacidad y enseñándoles a
confiar en él como su única ayuda y salvaguardia. Así logra su ob-
jetivo. Así quedan preparados para que se los emplee en cualquier
emergencia, para desempeñar importantes puestos de confianza y
para lograr los grandes fines para los cuales les fueron dadas sus
facultades. Dios prueba a los hombres a la derecha y a la izquier-
da, y así los educa, prepara y disciplina. Jesús, nuestro Redentor,
representante y cabeza del hombre, soportó este proceso de prueba.
Sufrió más de lo que nosotros podemos ser llamados a sufrir. Llevó
nuestras enfermedades y fue tentado en todo como nosotros. No lo
sufrió por su propia culpa, sino por causa de nuestros pecados; y
ahora, fiando en los méritos de nuestro Vencedor, podemos llegar a
ser vencedores en su nombre.
La obra de refinamiento y purificación que Dios ejecuta debe
proseguir hasta que sus siervos estén tan humillados, tan muertos
al yo que, cuando sean llamados al servicio activo, sean sinceros
en buscar la gloria de Dios. Entonces él aceptará sus esfuerzos; no
obrarán impetuosamente, por impulso; no se apresurarán y pon-
drán en peligro la causa del Señor, siendo esclavos de tentaciones y
pasiones, ni seguirán sus propios ánimos carnales encendidos por
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Satanás. ¡Oh, cuán terriblemente mancillada queda la causa de Dios