Página 121 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Amonestaciones y reprensiones
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declaración se repetía cada vez que la luz brillaba al manifestarse
el poder de Dios. Cada vez que rehusaba someterse a la voluntad
de Dios, su corazón se endurecía más y se hacía menos sensible
al Espíritu de Dios. Sembró la semilla de la obstinación, y Dios
permitió que ésta echara raíz. Pudo haberlo impedido mediante
un milagro, pero no era ése su plan. La dejó crecer y producir una
cosecha según su especie comprobando así la veracidad del pasaje de
la Escritura que dice: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también
segará”. Si un hombre siembra dudas, segará dudas. Al rechazar
la luz primera y todo rayo subsiguiente, el faraón progresó de un
grado de dureza hacia otro hasta que los cuerpos fríos e inertes de
los primogénitos detuvieron su incredulidad y obstinación por sólo
un instante; y luego, determinando que no accedería al propósito de
Dios, siguió su curso voluntarioso hasta ser envuelto por las aguas
del Mar Rojo.
Este caso quedó registrado para nuestro beneficio. Precisamente
lo que ocurrió en el corazón de Faraón se llevará a cabo en toda
alma que olvide atesorar la luz y andar prontamente en sus rayos.
Dios no destruye a nadie. El pecador se destruye a sí mismo por
medio de su propia impenitencia. Cuando una persona desatiende
las invitaciones, reprensiones y amonestaciones del Espíritu Santo,
su conciencia se cauteriza y al ser amonestado una vez más se le
hará más difícil obedecer que antes; y sucesivamente ocurrirá lo
mismo. La conciencia es la voz de Dios, la cual se escucha en medio
de las pasiones humanas; cuando se resiste, se contrista al Espíritu
de Dios.
Queremos que todos comprendan la manera en que un alma
es destruida. No es que Dios expida un decreto declarando que el
hombre no se salvará; no envía una oscuridad impenetrable para la
vista; pero el hombre resiste una sugerencia del Espíritu de Dios y
ya habiendo resistido una vez, es menos difícil hacerlo la segunda,
la tercera y menos aún la cuarta. Luego viene la cosecha producida
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por la semilla de incredulidad y resistencia. Oh, ¡qué cosecha más
grande de indulgencia pecaminosa está siendo preparada para la
hoz!
Cuando se descuidan hoy la oración secreta y la lectura de las
Escrituras, mañana también podrán ignorarse con menos remordi-
miento de conciencia. Resultará una larga lista de omisiones, todo