Página 126 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
La ausencia del respeto por el consejo de padres consagrados es
uno de los grandes pecados de esta generación depravada. En nuestro
país hay muchas vidas que están en tinieblas y que son desdichadas
por haber dado un paso a ciegas. Por medio de un acto desobediente,
muchos jóvenes han malogrado su vida entera y cargado de angustia
el corazón de una madre amante. Dios no lo tendrá por inocente a
usted si sigue este rumbo. Al despreciar el consejo de una madre
temerosa de Dios, que gustosamente daría su vida por sus hijos,
infringe el quinto mandamiento. No se da cuenta usted a dónde lo
han de conducir sus pasos.
Otra vez suplico en nombre del derecho y el amor de una madre.
No puede haber ingratitud más vil que la que puntualiza el pecado
de la desobediencia hacia una madre cristiana. En los días de su
infancia indefensa, ella cuidó de usted; el cielo fue testigo de sus
ruegos y lágrimas al cuidarlo con afecto. Fue por sus hijos que ella
se afanó, t razó planes, pensó, oró y practicó la abnegación. A través
de toda su vida, su leal corazón ha estado ansioso y preocupado por
su bienestar. Sin embargo, ahora escoge usted su propio camino;
sigue su propia ciega y pertinaz voluntad, no importándole la amarga
cosecha que recogerá y el sufrimiento que le ocasionará.
Su madre está achacosa. Ella lo necesita; cualquier atención que
usted le brinde será algo precioso para ella. No puede contar con
ninguno de sus hijos. Ellos no sienten obligación hacia ella; pero
usted se dará cuenta que el privilegio que tiene ahora lo puede perder
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pronto. Sin embargo, no piense que si no ejerce su privilegio y deber
como hijo, su madre ha de sufrir. Ella tiene amigos verdaderos que
considerarían un honor asumir los deberes de los cuales usted se
desentiende. Dios ama a su madre y cuidará de ella. Si sus propios
hijos la desprecian, él hará que otros acudan a hacer la labor que ellos
pudieron haber hecho, y que les hubiera proporcionado la bendición
que les había sido ofrecida. Es un privilegio hacer que sus últimos
días sean los mejores y más felices de todos.
Claramente le digo que a Dios no le agrada su proceder. Todavía
tiene que hacer frente a problemas que ahora usted no alcanza a
discernir y los cuales puede evitar si escoge seguir el sabio consejo.
Nuestro Salvador le ha hecho objeto de sus incansables esfuerzos y
tierna solicitud para que usted sea sabio y no se arruine. Suspira por
usted con una compasión y un amor sin límites, clamando: “¡Cuántas