Página 143 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Agentes de Satanás
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Cuando los ministros se aprovechan así de la confianza que la
gente deposita en ellos y llevan las almas a la ruina, se hacen tan-
to más culpables que el pecador común cuanto más elevada es su
profesión. En el día de Dios, cuando se abra el gran libro mayor del
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cielo, se verá que contiene los nombres de muchos ministros que
pretendieron tener pureza en su corazón y en su vida y profesaron
que se les había confiado el Evangelio de Cristo, pero se aprovecha-
ron de su situación para seducir las almas y hacerles transgredir la
ley de Dios.
Cuando los hombres y las mujeres caen bajo el poder corruptor
de Satanás, es casi imposible recobrarlos de la horrible trampa,
de manera que vuelvan a tener nuevamente pensamientos puros y
conceptos claros de lo que Dios requiere. El pecado, para sus mentes
seducidas, ha sido santificado por el ministro, y nunca vuelven a
considerarlo con la repugnancia con que Dios lo mira. Una vez que
se ha rebajado la norma moral en la mente de los hombres, su juicio
se pervierte, y miran al pecado como justicia, y a la justicia como
pecado. Al asociarse con aquellos cuyas inclinaciones y hábitos
no son elevados ni puros, se vuelven como ellos. Adoptan casi
inconscientemente sus gustos y principios.
Si se elige la sociedad de un hombre de mente impura y hábitos
licenciosos en preferencia a la de los virtuosos y puros, ello es indicio
seguro de que armonizan los gustos y las inclinaciones, y de que
se ha llegado a un bajo nivel de moralidad. Estas almas engañadas
e infatuadas llaman a este nivel alta y santa afinidad del espíritu,
armonía espiritual. Pero el apóstol lo llama “malicias espirituales
en los aires” (
Efesios 6:12
), contra las cuales debemos guerrear
vigorosamente.
Cuando el engañador comienza su obra de seducción, encuentra
con frecuencia disparidad de gustos y hábitos; pero haciendo gran-
des alardes de piedad, conquista la confianza, y cuando lo ha hecho,
su astuto poder engañoso se ejerce a su manera para realizar sus
planes. Al asociarse con estos elementos peligrosos, las mujeres se
acostumbran a respirar esa atmósfera de impureza, y casi insensible-
mente se compenetran del mismo espíritu. Pierden su identidad y se
transforman en la sombra de su seductor.
Hombres que profesan tener nueva luz, que aseveran ser refor-
madores, ejercerán gran influencia sobre cierta clase de personas