Página 148 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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¿Robará el hombre a Dios?
El Señor ha ordenado que la difusión de la luz y la verdad en
la tierra dependan de los esfuerzos voluntarios y las ofrendas de
aquellos que han participado de los dones celestiales. Son compa-
rativamente pocos los llamados a viajar como ministros o como
misioneros, pero multitudes han de cooperar con sus recursos en la
difusión de la verdad.
La historia de Ananías y Safira nos es dada para que podamos
comprender el pecado del engaño en relación con nuestros donativos
y ofrendas. Ellos habían prometido voluntariamente dar una porción
de su propiedad para el adelantamiento de la causa de Cristo; pero,
cuando tuvieron los recursos en sus manos, se negaron a cumplir
aquella obligación aunque deseaban al mismo tiempo aparentar
que lo habían dado todo. Recibieron un castigo ejemplar para que
sirviese de advertencia perpetua a los cristianos de todas las épocas.
El mismo pecado prevalece terriblemente en la actualidad, aunque
no oímos hablar de tan señalados castigos. El Señor muestra una vez
a los hombres cuánto aborrece la violación de sus requerimientos
sagrados y su dignidad. Luego de ello, quedan sometidos a los
principios generales de la administración divina.
Las ofrendas voluntarias y el diezmo constituyen el ingreso del
Evangelio. Dios pide cierta porción de los recursos confiados al
hombre: un diezmo; pero deja a todos libres para decir cuánto es el
diezmo, y si ellos quieren o no dar más que esto. Han de dar según se
proponen en su corazón. Pero cuando el corazón está conmovido por
la influencia del Espíritu Santo, y se ha hecho un voto de dar cierta
cantidad, el que hizo el voto ya no tiene derecho sobre la porción
consagrada. Hizo su promesa delante de los hombres, y ellos son
llamados a atestiguar la transacción. Al mismo tiempo incurrió él en
una obligación del carácter más sagrado para cooperar con el Señor
en la edificación de su reino en la tierra. Una promesa así hecha a
los hombres, ¿sería considerada ineludible? ¿No son más sagradas
e ineludibles las promesas hechas a Dios? ¿Son las que juzga el
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