Página 158 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
mucho. Entonces podréis dirigir a otros a Cristo como Redentor que
perdona los pecados. Entonces podréis presentar la verdad como
algo que procede de un corazón que ha sentido su poder santificador.
Temo por vosotros, mis hermanos. Os aconsejo que asentéis en
Jerusalén, como lo hicieron los primeros discípulos, hasta que como
ellos recibáis el bautismo del Espíritu Santo. Nunca os sintáis libres
para subir al púlpito hasta que por fe os hayáis asido del brazo que
os imparte fuerza.
Si tenemos el espíritu de Cristo, trabajaremos como él trabajó;
captaremos las mismas ideas del Hombre de Nazaret y las presentare-
mos ante el pueblo. Si en lugar de ser creyentes formales y ministros
inconversos fuéramos de verdad seguidores de Jesús, presentaríamos
la verdad con tal humildad y fervor y la viviríamos de tal manera
que el mundo no tendría que preguntarse continuamente si creemos
lo que profesamos. Predicado con el amor de Cristo, siempre cons-
cientes del valor de las almas, el mensaje se haría acreedor, aún de
los mundanos, del siguiente comentario: “Son como Jesús”.
Si anhelamos reformar a los demás, debemos nosotros mismos
practicar los principios que quisiéramos imponerles a ellos. Por
buenas que sean, las palabras no tendrán ningún poder si son con-
tradichas por la vida diaria. Ministros de Cristo, os amonesto: “Ten
cuidado de ti mismo y de la doctrina”. No excuséis en vosotros los
pecados que condenáis en los demás. Si predicáis acerca de la humil-
dad y del amor, que se vean estos dones en vuestras propias vidas. Si
alentáis a otros a que sean bondadosos, corteses, atentos en el hogar,
que vuestro propio ejemplo apoye vuestras amonestaciones. Vuestra
responsabilidad aumenta en la medida en que habéis recibido más
luz que los demás. Seréis azotados si dejáis de hacer la voluntad de
vuestro Maestro.
Los lazos de Satanás son echados para que nosotros caigamos,
tan seguramente como los fueron echados para los hijos de Israel
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poco antes de su entrada a la tierra de Canaán. Estamos repitiendo
la historia de aquel pueblo. La liviandad, la vanidad, el amor por el
ocio y el placer, el egoísmo y la impureza aumentan entre nosotros.
Hay necesidad hoy de hombres constantes e intrépidos que declaren
todo el consejo de Dios; hombres que no se duerman como lo hacen
otros, sino que velen y sean sobrios. Como conozco bien la gran falta
de consagración y poder de nuestros ministros, me causa profundo