Página 159 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El poder de la verdad
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dolor ver los esfuerzos que hacen por exaltarse a sí mismos. Si
pudieran tan sólo ver a Jesús tal como es, y a ellos mismos tal como
son, tan flacos, tan ineficaces, tan distintos a su Maestro, dirían: “Soy
tan indigno de sus atenciones, que si mi nombre estuviera registrado
en la sección menos notable del Libro de la Vida, me conformaría”.
Es vuestro deber estudiar e imitar al Modelo. ¿Era él manso y
humilde? Entonces vosotros también debéis serlo. ¿Era celoso en su
obra de salvar almas? Entonces a vosotros también os toca ser así.
¿Laboraba para enaltecer la gloria de su Padre? Vosotros también
debéis hacerlo. ¿Buscaba a menudo la ayuda de Dios? Vosotros
también debéis buscarla. ¿Era Cristo paciente? Vosotros también
debéis ser pacientes. Así como Cristo perdonó a sus enemigos,
perdonaréis vosotros.
No es tanto la religión del púlpito como la religión de la familia lo
que revela nuestro verdadero carácter. La esposa del pastor, sus hijos,
y los empleados de su familia, son los que están mejor calificados
para medir su consagración. Un hombre bueno será una bendición
para su hogar. La esposa, los hijos y los empleados serán mejores
personas por causa de la religión que profesa.
Hermanos, introducid a Cristo dentro de la familia, llevadlo al
púlpito, y adonde quiera que vayáis. Entonces no tendréis que instar
a otros a que aprecien debidamente el ministerio, porque llevaréis en
vuestras personas las credenciales celestiales que darán testimonio
de que sois siervos de Cristo. Que os acompañe Jesús en vuestras
horas de soledad. Recordad que él oraba a menudo, y que su vida era
constantemente sostenida por refrescantes inspiraciones del Espíritu
Santo. Que vuestros pensamientos, vuestra vida íntima, sean tales
que no os avergoncéis de hacer frente al registro en el día del Señor.
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El cielo no se cierra ante las oraciones fervientes de los justos.
Elías era un hombre sujeto a las mismas pasiones que nosotros; sin
embargo, el Señor lo escuchó y de una manera notable contestó sus
plegarias. La única razón de nuestra falta de poder para con Dios se
encuentra dentro de nosotros mismos. Si la vida íntima de muchos
de los que profesan la verdad se les presentase a plena vista, no
profesarían que son cristianos. No están creciendo en gracia. De vez
en cuando ofrecen una oración precipitada, pero no existe verdadera
comunión con Dios.