Página 161 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Nuestras reuniones campestres
Se me ha mostrado que algunas de nuestras reuniones campestres
están lejos de ser lo que el Señor esperaba que fuesen. La gente
no viene preparada para la visitación del Espíritu Santo de Dios.
Generalmente las hermanas dedican demasiado tiempo antes de la
reunión a la preparación de la vestimenta para el adorno exterior,
olvidando completamente el adorno interior, que es de gran valor
ante la vista de Dios. Además, se gasta mucho tiempo en cocinar
innecesariamente, en la preparación de ricos pasteles y bizcochos
y otras clases de alimentos que positivamente hacen daño a los que
los consumen. Si nuestras hermanas proveyesen buen pan y algunas
otras clases de alimentos saludables, tanto ellas como sus familias
estarían mejor preparadas para apreciar las palabras de vida y serían
más susceptibles a la influencia del Espíritu Santo.
Con frecuencia el estómago se recarga de comida que por lo
regular no es tan corriente ni sencilla como la que se come en la casa
donde la cantidad de ejercicio que se hace es dos o tres veces mayor.
Esto causa que la mente entre en un estado de letargo que hace
dificil apreciar las cosas eternas; y al acabarse la reunión quedan
decepcionados, porque no disfrutaron más del Espíritu de Dios.
Al prepararse para las reuniones, cada persona debe examinar su
corazón de cerca y concienzudamente ante el Señor. Si ha habido
sentimientos desagradables, discordia o contienda en la familia, uno
de los primeros actos de preparación debiera ser la confesión de
las faltas los unos a los otros y la oración los unos por los otros.
Humillaos ante Dios, y esforzaos con fervor para echar fuera del
templo del alma todo desperdicio: toda envidia, todo celo, toda
sospecha, toda crítica. “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los
de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad,
y llorad. Que vuestra risa se convierta en llanto, y vuestro gozo en
tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”.
Santiago
4:8-10
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