Página 163 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Nuestras reuniones campestres
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Por amor de vuestras almas, por amor de Cristo, y por amor a
los demás, haced vuestra obra en el hogar. Orad como nunca habéis
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acostumbrado orar. Que vuestro corazón se quebrante ante Dios.
Poned en orden vuestra casa. Preparad a vuestros hijos para esa
ocasión. Enseñadles que no es de tanta importancia que aparezcan
vestidos con ropa fina como lo es que aparezcan ante Dios con ma-
nos limpias y corazones puros. Quitad todo obstáculo que estorbe
su camino, toda desavenencia que haya habido entre ellos mismos o
entre vosotros y ellos. Al hacerlo atraeréis la presencia del Señor a
vuestros hogares, los santos ángeles os acompañarán al dirigiros a
la reunión, y su luz y presencia repelerán las tinieblas de los ánge-
les malos. Aun los incrédulos sentirán la atmósfera santa al entrar
en el campamento. Oh, ¡cuánto se pierde al descuidarse esta obra
importante! Podréis estar satisfechos con la predicación y sentiros
animados y avivados, pero el poder de Dios que convierte y reforma
no se sentirá en el corazón, y la obra no será tan profunda, cabal y
duradera como debiera ser. Crucificad el orgullo y vestid el alma
con la inapreciable cota de justicia de Cristo y veréis la clase de
reunión que disfrutaréis. Será para vuestras almas como los portales
del cielo.
La misma obra de humillación y escudriñamiento de corazón se
debería también llevar a cabo en la iglesia para que las desavenencias
y enojos entre los hermanos se pongan a un lado antes de comparecer
ante el Señor en estas reuniones anuales. Llevad a cabo esta obra con
seriedad, y no descanséis hasta que sea terminada; porque si llegáis
a la reunión con vuestras dudas, vuestras murmuraciones, vuestras
disputas, traéis con vosotros al campamento a los ángeles caídos y
lleváis oscuridad adonde quiera que vayáis.
Se me ha mostrado que debido a la falta de esta preparación las
convocaciones anuales han logrado muy poco. Los ministros casi
nunca están preparados para trabajar por, Dios. Hay muchos orado-
res, de aquellos que pueden decir cosas cortantes y extravagantes,
esforzándose por fustigar a otras iglesias y criticar sus creencias;
pero hay pocos obreros seriamente dedicados al Señor. Estos orado-
res zaheridores y vanidosos profesan un conocimiento de la verdad
más avanzado que el de todas las demás personas, pero su manera
de trabajar y su celo religioso en ninguna manera corresponden a su
profesión de fe.
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