Página 164 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

160
Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Procuré ver la humildad de corazón que debiera siempre asentar
como una vestimenta apropiada sobre nuestros ministros, pero no la
llevaban. Busqué el amor profundo por las almas que el Maestro dijo
que debían poseer, pero no lo tenían. Quise escuchar las oraciones
fervorosas ofrecidas con lágrimas y angustia de corazón en favor de
los impenitentes e incrédulos en sus propios hogares y en la iglesia,
pero no se escuchaba ninguna. Quise escuchar las plegarias hechas
en demostración del Espíritu, pero faltaban. Busqué a los portadores
de cargas, que en un tiempo como éste debieran estar llorando entre
la entrada y el altar, diciendo: Perdona, oh Jehová, a tu pueblo, y
no entregues al oprobio tu heredad; pero no escuché semejantes
súplicas. Unos pocos que son fervientes y humildes buscaban al
Señor. En algunas de estas reuniones, uno o dos ministros sentían
su responsabilidad y estaban sobrecargados como carretas bajo el
peso de las gavillas; pero la mayoría de los ministros no tenían más
conciencia de la santidad de su obra que los niños.
Vi lo que estas reuniones anuales pudieran ser y lo que debieran
ser: reuniones de asidua labor. Los ministros deben procurar que sus
corazones estén preparados antes de emprender la obra de ayudar
a otros, porque el pueblo está más adelantado que muchos de los
ministros. Debieran infatigablemente luchar en oración hasta que el
Señor los bendiga. Cuando el amor de Dios arda sobre el altar de
su corazón, no predicarán para exhibir su propio ingenio, sino para
presentar a Cristo, quien quita los pecados del mundo.
En la iglesia de la primera época se enseñaba el cristianismo
puro; sus preceptos fueron dictados por la voz de la inspiración; sus
ordenanzas no estaban corrompidas por el artificio de los hombres.
La iglesia manifestaba el espíritu de Cristo y aparecía hermosa en
su sencillez. Su adorno eran los santos principios y vidas ejemplares
de sus feligreses. Multitudes eran ganadas para Cristo, no por medio
de la ostentación o el conocimiento, sino mediante el poder de Dios
que acompañaba la simple predicación de su palabra; pero la iglesia
se ha corrompido y ahora hay más necesidad que nunca de que los
ministros sean conductos de luz.
Hay muchos presentadores petulantes de la verdad bíblica, cuyas
almas están tan vacías del Espíritu de Dios como escasas se hallaban
[156]
las colinas de Gilboa de rocío y lluvia; pero lo que necesitamos
son hombres que estén ellos mismos plenamente convertidos y que