Página 165 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Nuestras reuniones campestres
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puedan enseñar a otros cómo entregar sus corazones a Dios. El
poder de la piedad casi ha dejado de existir en nuestras iglesias. ¿A
qué se debe esto? El Señor aun espera derramar su gracia; no ha
cerrado las ventanas de los cielos. Nosotros nos hemos separado de
él. Necesitamos fijar el ojo de la fe sobre la cruz y creer que Jesús
es nuestra fuerza, nuestra salvación.
Al ver que tan poco del peso de la obra descansa sobre los
ministros y el pueblo, preguntamos: Cuando venga el Señor, ¿hallará
fe en la tierra? Lo que falta es la fe. Dios posee abundancia de gracia
y poder que esperan ser reclamados por nosotros; pero la razón
porque no sentimos nuestra gran necesidad es que nos miramos a
nosotros mismos y no a Jesús. No exaltamos a Jesús y no confiamos
enteramente en sus méritos.
Ojalá me fuera posible grabar en la mente de los ministros y
del pueblo la necesidad de una obra de gracia más profunda y de
una preparación más cabal para entrar de lleno en el espíritu y labor
de nuestras reuniones campestres y que puedan recibir el mayor
beneficio posible de ellas. Estas reuniones anuales pueden ser tem-
poradas de bendición especial o pueden hacer un gran daño a la
espiritualidad. Amado lector, ¿qué serán ellas para ti? Cada cual
decidirá por sí mismo.
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