Página 168 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

164
Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Pablo les escribe así a los colosenses: “Vestíos, pues, como es-
cogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de
benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportán-
doos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere
queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también
hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que
es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros co-
razones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y
sed agradecidos”.
Colosenses 3:12-15
. “Y todo lo que hacéis, sea
de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús,
dando gracias a Dios Padre por medio de él”.
vers. 17
.
El hecho de que estamos bajo una obligación tan grande para
con Cristo nos coloca bajo la más sagrada obligación hacia aquellos
por quienes él murió y anhela rescatar. Debemos manifestar hacia
[159]
ellos la misma simpatía, la misma compasión y amor desinteresado
que Cristo nos ha manifestado a nosotros. La ambición egoísta, el
deseo de la supremacía, morirán cuando Cristo tome posesión de
nuestros afectos.
Nuestro Salvador les enseñó a los discípulos a orar así: “Perdona
nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudo-
res”.
Mateo 6:9-13
. Se pide aquí una gran bendición bajo ciertas
condiciones. Nosotros mismos exponemos las condiciones. Estamos
pidiendo que la misericordia de Dios hacia nosotros sea medida se-
gún la misericordia que nosotros manifestamos a los demás. Cristo
declara que ésta es la regla que el Señor nos aplica en su trato con
nosotros: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdo-
nará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis
a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas”.
Mateo 6:14, 15
. ¡Condiciones maravillosas, pero
cuán poco se las entiende o se hace caso a ellas! Uno de los pecados
más comunes, al cual acompañan los resultados más dañinos, es
el abrigar un espíritu no perdonador. ¡Cuántos hay que albergan la
animosidad o la venganza y luego se inclinan ante Dios y piden ser
perdonados así como ellos perdonan! Seguramente no comprenden
verdaderamente el significado de esta oración, de lo contrario no se
atreverían a pronunciarla. Dependemos de la misericordia perdo-
nadora de Dios todos los días y a cada hora; ¡cómo pues podemos
abrigar amargura y malicia hacia aquellos que, cual nosotros, son