Página 172 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
de amor, de piedad y de tierna compasión. Así está representado en
su Hijo, nuestro Salvador. Es un Dios paciente y longánime. Si así es
el ser que adoramos y cuyo carácter procuramos asimilar, entonces
estamos adorando al verdadero Dios.
Si seguimos a Cristo, sus méritos, que nos son imputados, llegan
ante el Padre como olor fragante; y las bondades del carácter de
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nuestro Salvador, implantadas en nuestro corazón, derramarán una
dulce fragancia en nuestro alrededor. El espíritu de amor, manse-
dumbre y paciencia que llena nuestra vida tendrá poder para suavizar
y subyugar corazones endurecidos y ganar para Cristo a los acerbos
enemigos de la fe.
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con
humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mis-
mo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también
lo de los otros”.
Filipenses 2:3, 4
. “Haced todo sin murmuraciones y
contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios
sin mancha en medio de una nación maligna y perversa, en medio
de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”.
vers. 15
.
La vanagloria, la ambición egoísta, es la roca sobre la cual mu-
chas almas han sido destruidas y muchas iglesias inutilizadas. Los
que menos se dedican a la devoción, que tienen menos conexión con
Dios, son los que buscan más ansiosamente el puesto más elevado.
No están en absoluto conscientes de sus debilidades y deficiencias de
carácter. A menos que muchos de nuestros ministros jóvenes sientan
el poder convertidor de Dios, sus labores serán un estorbo en vez de
una ayuda para la iglesia. Pueden haber aprendido las doctrinas de
Cristo, pero no han aprendido a Cristo. El alma que constantemente
contempla a Jesús verá su amor abnegado y su profunda humildad e
imitará su ejemplo. El orgullo, la ambición, el engaño, el odio y el
egoísmo, deben ser limpiados del corazón. En muchos, estos rasgos
pecaminosos han sido parcialmente vencidos, pero no completamen-
te desarraigados del corazón. Bajo circunstancias favorables, brotan
de nuevo y maduran en rebelión contra Dios. Aquí hay un gran
peligro. Pasar por alto cualquier pecado es acariciar a un enemigo
que sólo espera un momento de descuido para ocasionar la ruina.
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la
buena conducta sus obras en sabia mansedumbre”.
Santiago 2:13
.
Mis hermanos y hermanas, ¿cómo empléais el don de la palabra?