El traslado a Battle Creek
Nuestro Salvador se representa a sí mismo como un hombre que
sale de viaje a un país lejano, deja su casa a cargo de siervos escogi-
dos, y asigna a cada cual su trabajo. Todo cristiano tiene algo que
hacer en el servicio de su Maestro. No hemos de procurar nuestra
propia comodidad ni conveniencia, sino más bien considerar el en-
grandecimiento del reino de Cristo, como nuestra primera prioridad.
Los esfuerzos abnegados hechos para ayudar y bendecir a nuestro
prójimo no solamente revelarán nuestro amor por Jesús, sino que
nos mantendrán cerca de él en dependencia y fe y nuestras propias
almas crecerán continuamente en gracia y en el conocimiento de la
verdad.
Dios ha dispersado a sus hijos por diversas comunidades para
que la luz de la verdad brille en medio de la oscuridad moral que
envuelve la tierra. Mientras más densa la oscuridad que nos rodea,
mayor la necesidad de que nuestra luz alumbre para Dios. Puede
ser que seamos colocados en circunstancias de grandes dificultades
y pruebas, pero esto no es evidencia de que no estamos en el lugar
que la Providencia nos ha asignado. Entre los cristianos de Roma en
los días de Pablo, el apóstol menciona a “los de la casa de César”.
Filipenses 4:22
. En ningún lado podría la atmósfera moral ser más
desfavorable para el cristianismo que la corte romana bajo el cruel y
libertino Nerón. Sin embargo, los que habían aceptado a Cristo mien-
tras estaban al servicio del emperador no se sentían libres después
de su conversión para dejar su puesto de responsabilidad. Frente a
tentaciones seductoras, fiera oposición y peligros espantosos, fueron
fieles testigos de Cristo.
Quien quiera que dependa enteramente de la gracia divina podrá
hacer que su vida sea un constante testimonio en favor de la verdad.
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No hay situación en la que no se pueda ser un cristiano verdadero
y leal. No importa cuán grandes sean los obstáculos, todos los que
determinan obedecer a Dios encontrarán que el camino se les abrirá
a medida que avanzan.
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