Página 194 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
de la vida y la salud, que la misericordia divina nos ha inducido a
aceptar como pueblo. Sus alimentos deben ser preparados de una
manera que satisfaga sus anhelos mórbidos. Más bien que sentarse a
una mesa donde se provea alimento sano, patrocina los restaurantes
donde puede satisfacer su apetito sin restricción. Locuaz defensor
de la temperancia, desprecia sus principios fundamentales. Quiere
alivio, pero se niega a obtenerlo al precio de la abnegación. Este
hombre está adorando ante el altar del apetito pervertido. Es un
idólatra. Las facultades que, santificadas y ennoblecidas, podrían
ser empleadas para honrar a Dios, son debilitadas y hechas de poca
utilidad. Un genio irritable, una mente confusa y nervios desquicia-
dos, se cuentan entre los resultados de ese desprecio de las leyes
naturales. Este hombre no es eficiente ni digno de confianza.
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Quienquiera que tenga el valor y la honradez de advertirle su
peligro, incurre por ello en su desagrado. La menor reprensión u
oposición basta para despertar su espíritu combativo. Pero ahora se
le presenta una oportunidad de solicitar la ayuda de una persona
cuyo poder proviene de la hechicería. A esta fuente se dirige con
avidez, prodigándole tiempo y dinero con la esperanza de obtener
la bendición ofrecida. Está engañado, infatuado. Hace del poder
del hechicero un tema de alabanza, y otros son inducidos a buscar
su ayuda. Así queda deshonrado el Dios de Israel, mientras que se
reverencia y ensalza el poder de Satanás.
En nombre de Cristo, quiero decir a quienes profesan seguirle:
Permaneced en la fe que recibisteis desde el principio. Apartaos de
las charlas profanas y vanas. En vez de poner vuestra confianza en la
hechicería, tened fe en el Dios vivo. Maldita es la senda que conduce
a Endor o a Ecrón. Tropezarán y caerán los pies que se aventuren en
el terreno prohibido. Hay en Israel un Dios que puede proporcionar
liberación a todos los oprimidos. La justicia es la habitación de su
trono.
Hay peligro en apartarse en el menor detalle de la instrucción
del Señor. Si nos desviamos de la clara senda del deber, surgirá una
cadena de circunstancias que parecerá arrastrarnos irresistiblemente
siempre más lejos de lo recto. Antes que nos demos cuenta, nos se-
ducirán innecesarias intimidades con aquellos que no tienen respeto
a Dios. El temor de ofender a los amigos mundanales nos impedirá
expresar nuestra gratitud a Dios, o reconocer cuánto dependemos de