Página 203 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Se piden obreros
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nuestras misiones. Se me mostraron familias que sobrecargan sus
mesas de casi toda clase de lujos y complacen casi todo deseo de
tener vestidos caros. Tienen negocios prósperos, o ganan un buen
salario, pero casi cada dólar lo gastan en ellos mismos o en sus
familias. ¿Es esto una imitación de Cristo? ¿Sienten estas personas
alguna responsabilidad por economizar cuidadosamente y por resistir
sus propensiones, para poder hacer más para el avance de la obra
de Dios en la tierra? Si el pastor Andrews tuviera a su disposición
algunos de los recursos que así se gastan innecesariamente, sería una
gran bendición para él, y le proporcionaría ventajas que prolongarían
su vida. La obra misionera podría aumentarse cien veces tanto si
hubiera más recursos que emplear en llevar a cabo planes mayores.
Sin embargo, los recursos que Dios ha señalado para que se los
use precisamente con este propósito, se gastan en artículos que se
consideran necesarios para la comodidad y la felicidad, y que no
sería pecado poseer si no hubiera tanta necesidad de recursos para
el avance de la verdad. Mis hermanos, ¿cuántos de vosotros estáis
buscando lo propio en lugar de buscar las cosas del Señor Jesucristo!
Suponed que Cristo morara en cada corazón y que el egoísmo en
todas sus formas desapareciera de la iglesia, ¿cuál sería el resultado?
La armonía, la unidad y el amor fraternal se verían en nuestro medio
tan realmente como en la iglesia que Cristo primero estableció. Por
dondequiera se vería la actividad cristiana. La iglesia entera ardería
como llama de sacrificio para la gloria de Dios. Cada cristiano traería
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el fruto de su abnegación para ser consumido sobre el altar. Habría
más actividad en la elaboración de nuevos métodos de servicio y en
el estudio de cómo acercarse a los pobres pecadores para salvarlos
de la destrucción eterna.
Si nos vistiéramos con ropa sencilla y modesta, sin ocuparnos
de las modas; si nuestras mesas estuvieran servidas en todo tiempo
con alimentos sencillos y nutritivos, evitando todo lujo, toda extra-
vagancia; si nuestras casas fueran construidas con atractiva sencillez
y amobladas de igual manera, se demostraría el poder de la verdad
y ejerceríamos una influencia positiva sobre los incrédulos. Pero
mientras nos conformemos al mundo en estos asuntos, y en algunos
casos aparentemente procurando sobrepasar a los mundanos en ex-
travagancia, la predicación de la verdad tendrá poco o ningún efecto.
¿Quién creerá la solemne verdad para este tiempo, cuando los que