Página 208 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
mientras triunfan los siervos de Satanás. Dios queda deshonrado, la
verdad anulada.
Los que no sienten pesar por su propia decadencia espiritual ni
lloran sobre los pecados ajenos quedarán sin el sello de Dios. El
Señor ordena a sus mensajeros, los hombres que tienen las armas de
matanza en la mano: “Pasad por la ciudad en pos de él, y herid; no
perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad viejos, mozos y
vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno: mas a todo
aquel sobre el cual hubiere señal, no llegaréis; y habéis de comenzar
desde mi santuario. Comenzaron pues desde los varones ancianos
que estaban delante del templo”.
Ezequiel 9:5, 6
.
Aquí vemos que la iglesia, el santuario del Señor, era la prime-
ra en sentir los golpes de la ira de Dios. Los ancianos, aquellos
a quienes Dios había brindado gran luz, que se habían destacado
como guardianes de los intereses espirituales del pueblo, habían
traicionado su cometido. Habían asumido la actitud de que no nece-
sitamos esperar milagros ni la señalada manifestación del poder de
Dios como en tiempos anteriores. Los tiempos han cambiado. Estas
palabras fortalecen su incredulidad, y dicen: El Señor no hará bien
ni mal. Es demasiado misericordioso para castigar a su pueblo. Así
el clamor de paz y seguridad es dado por hombres que no volverán
a elevar la voz como trompeta para mostrar al pueblo de Dios sus
transgresiones y a la casa de Jacob sus pecados. Estos perros mudos
que no querían ladrar, son los que sienten la justa venganza de un
Dios ofendido. Hombres, jóvenes y niñitos, todos perecen juntos.
Las abominaciones por las cuales los fieles suspiraban y lloraban,
eran todo lo que podían discernir los ojos finitos; pero los pecados
mucho peores, los que provocaron los celos del Dios puro y santo,
no estaban revelados. El gran Escrutador de los corazones conoce
todo pecado cometido en secreto por los obradores de iniquidad.
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Estas personas llegan a sentirse seguras en sus engaños, y a causa
de la longanimidad del Señor dicen que no ve, y luego actúan como
si hubiese abandonado la tierra. Pero él descubrirá su hipocresía, y
revelará a otros esos pecados que ellos ocultaban con tanto cuidado.
Ninguna superioridad de jerarquía, dignidad o sabiduría humana,
ningún cargo sagrado, impedirán a estos hombres que sacrifiquen los
principios cuando sean abandonados a su propio corazón engañoso.
Los que fueron considerados como dignos y justos resultan ser los