Página 210 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
No se adquieren en un momento el valor, la fortaleza, la fe y la
confianza implícita en el poder de Dios para salvarnos. Estas gracias
celestiales se adquieren por la experiencia de años. Por una vida
de santo ezfuerzo y de firme adhesión a lo recto, los hijos de Dios
estaban sellando su destino. Asediados de innumerables tentaciones,
sabían que debían resistir firmemente o quedar vencidos. Sentían
que tenían una gran obra que hacer, que a cualquier hora podían
ser llamados a deponer su armadura; y que si llegaran al fin de su
vida sin haber hecho su obra, ello representaría una pérdida eterna.
Aceptaron ávidamente la luz del cielo, como la aceptaron de los
labios de Jesús los primeros discípulos. Cuando estos cristianos
primitivos eran desterrados a las montañas y los desiertos, cuando
en las mazmorras se los dejaba morir de hambre, frío y tortura,
cuando el martirio parecía la única manera de escapar a su angustia,
se regocijaban de que eran tenidos por dignos de sufrir para Cristo,
quien había sido crucificado en su favor. Su ejemplo será un consuelo
y estímulo para el pueblo de Dios que sufrirá un tiempo de angustia
como nunca lo hubo.
No todos los que profesan observar el sábado serán sellados.
Aun entre los que enseñan la verdad a otros hay muchos que no
recibirán el sello de Dios en sus frentes. Tuvieron la luz de la verdad,
conocieron la voluntad de su Maestro, comprendieron todo punto
de nuestra fe, pero no hicieron las obras correspondientes. Los
que conocieron tan bien la profecía y los tesoros de la sabiduría
divina, debieran haber actuado de acuerdo con su fe. Debieran haber
mandado a sus familias tras sí, para que por medio de un hogar bien
ordenado, pudiesen presentar al mundo la influencia de la verdad
sobre el corazón humano.
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Por su falta de devoción y piedad, por no haber alcanzado una
alta norma religiosa, contribuyen a que otras almas se conformen con
su situación. Los hombres de juicio finito no pueden ver que al seguir
el modelo de estos hombres, que tan a menudo les comunicaron los
tesoros de la Palabra de Dios, pondrán ciertamente en peligro sus
almas. Jesús es el único modelo. Cada uno debe escudriñar la Biblia
por su cuenta, de rodillas delante de Dios, con el corazón humilde y
susceptible de ser enseñado como el de un niño, si quiere conocer lo
que el Señor requiere de él. Por muy grande que sea la altura en que
haya estado cualquier ministro en el favor de Dios, si deja de seguir