Página 211 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El sello de Dios
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la luz que Dios le dio, si se niega a ser enseñado como un niñito,
caerá con las tinieblas y los engaños satánicos, y conducirá a otros
por la misma senda.
Ninguno de nosotros recibirá jamás el sello de Dios mientras
nuestros caracteres tengan una mancha. Nos toca a nosotros remediar
los defectos de nuestro carácter, limpiar el templo del alma de toda
contaminación. Entonces la lluvia tardía caerá sobre nosotros como
cayó la lluvia temprana sobre los discípulos en el día de Pentecostés.
Nos conformamos con demasiada facilidad con lo que hemos
alcanzado. Nos sentimos ricos y con abundancia de bienes, y no
sabemos que cada uno de nosotros es un “cuitado y miserable y
pobre y ciego y desnudo”.
Apocalipsis 3:17
. Ahora es el momento
de oir la amonestación del Testigo fiel: “Yo te amonesto que de
mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas
vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza
de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas”.
vers. 18
.
En esta vida debemos arrostrar pruebas de fuego y hacer sacri-
ficios costosos, pero la paz de Cristo es la recompensa. Ha habido
tan poca abnegación, tan poco sufrimiento por amor a Cristo, que
la cruz queda casi completamente olvidada. Debemos participar de
los sufrimientos de Cristo si queremos sentarnos en triunfo con él
sobre su trono. Mientras elijamos la senda fácil de la complacencia
propia y nos asuste la abnegación, nuestra fe no llegará nunca a
ser firme, y no podremos conocer la paz de Jesús ni el gozo que
proviene de una victoria consciente. Los más encumbrados de la
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hueste redimida que estarán vestidos de blanco delante del trono
de Dios y del Cordero, habrán conocido el conflicto necesario para
vencer, porque habrán pasado por la gran tribulación. Los que hayan
cedido a las circunstancias en vez de empeñarse en este conflicto,
no sabrán cómo subsistir en aquel día cuando la angustia domine a
toda alma, cuando, si Noé, Job y Daniel estuviesen en la tierra no
salvarían “hijo ni hija”, pues cada uno habrá de librar su alma por su
propia justicia.
Nadie necesita decir que su caso es desesperado, que no puede
vivir como cristiano. Con la muerte de Cristo ha sido hecha amplia
provisión para toda alma. Jesús es nuestro auxilio constante en
tiempo de necesidad. Invoquémosle con fe, que él prometió oír y
contestar nuestras peticiones.