Una exhortación
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haremos sacrificios en proporción al valor del objetivo que tenemos
por alcanzar?
Toda amistad que trabamos, no importa cuán limitada sea, ejerce
cierta influencia sobre nosotros. La medida en que cedamos a dicha
influencia estará determinada por el grado de intimidad, la constancia
del roce y nuestro amor y veneración de la persona con la cual
nos asociemos. De manera que por medio del conocimiento y la
asociación con Cristo, nuestro único ejemplo perfecto, podremos ser
como él es.
La comunión con Cristo, ¡cuán inefablemente preciosa es! Es
nuestro privilegio disfrutar de dicha comunión si es que la procu-
ramos, si hacemos el sacrificio necesario para obtenerla. Cuando
los primeros discípulos oyeron las palabras de Cristo, sintieron su
necesidad de él. Lo buscaron, lo encontraron y lo siguieron. Lo
acompañaban a los hogares, en torno a las mesas, en el claustro
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secreto y en el campo. Lo acompañaban cual alumnos al maestro,
recibiendo diariamente de sus labios lecciones de verdad santa. Lo
estimaban cual siervos a su señor, para aprender sus deberes de él.
Le servían contentos y alegres. Lo seguían cual soldados a su co-
mandante, peleando la buena batalla de la fe. “Y los que están con
él son llamados y elegidos y fieles”.
Apocalipsis 17:14
.
“El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”.
1 Juan 2:6
. “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”.
Romanos 8:9
. Esta conformidad con Jesús no pasará inadvertida
para el mundo. Es un tema que se notará y se comentará. El cristiano
quizá no esté consciente del gran cambio, porque mientras más
se asemeje a Cristo en carácter, más humildemente pensará de sí
mismo; pero todos los que lo rodean lo verán y sentirán. Aquellos
que han tenido la experiencia más profunda en las cosas de Dios, son
los que están más lejos del orgullo y la exaltación de sí mismos. Son
los que más humildemente piensan de sí mismos y los que tienen
las ideas más elevadas en cuanto a la gloria y excelencia de Cristo.
Piensan que el lugar más bajo en su servicio es demasiado honorable
para ellos.
Moisés no sabía que su rostro brillaba con un resplandor que
hería y causaba terror a los que no habían, como él, estado en comu-
nión con Dios. Pablo tenía una opinión bien humilde de su propio
progreso en la vida cristiana. El declara: “No que ya yo lo haya