Página 220 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
alcanzado, o que ya sea perfecto”. Se refiere a sí mismo como al
“primero” de los pecadores. Sin embargo, Pablo había sido muy hon-
rado por el Señor. Fue arrebatado en santa visión hasta el tercer cielo
y allí recibió revelaciones de gloria divina que no le fue permitido
dar a conocer.
Juan el Bautista fue identificado por el Salvador como el mayor
de los profetas; pero, ¡qué contraste hay entre el lenguaje de este
hombre de Dios y muchos de los que profesan ser ministros de la
cruz! Cuando se le preguntó si él era el Cristo, Juan dijo que era in-
digno de desatar las sandalias de su Maestro. Cuando sus discípulos
llegaron quejándose de que la atención del pueblo se volvía hacia
el nuevo Maestro, Juan les recordó que él mismo había declarado
ser solamente el precursor del Prometido. A Cristo, cual novio, le
corresponde el primer lugar en los afectos de su pueblo. “Mas el
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amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente
de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es ne-
cesario que él crezca, pero que yo mengüe”.
Juan 3:29, 30
. “El que
recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz”.
Juan 3:33
.
Esta es la clase de obreros que se necesitan en la causa de
Dios hoy. Los que son autosuficientes, los celosos y envidiosos,
los que critican y encuentran faltas en los demás no hacen falta en
su obra sagrada. No deben ser tolerados en el ministerio, aunque
aparentemente hayan logrado ser de alguna utilidad. Dios no carece
ni de hombres ni de medios. El llama a obreros que son fieles y
verdaderos, puros y santos; a aquellos que sienten la necesidad de la
sangre expiatoria de Cristo y la gracia santificadora de su Espíritu.
Mis hermanos, a Dios le duelen vuestra envidia, vuestros celos,
vuestra amargura y disensión. En todas estas cosas le estáis rindiendo
obediencia a Satanás y no a Cristo. Cuando vemos hombres que son
firmes en sus principios, intrépidos en el cumplimiento del deber,
celosos en la causa de Dios y, sin embargo, humildes, mansos y
tiernos, pacientes para con todos, perdonadores, que manifiestan
el amor por las almas por las cuales Cristo murió, no es necesario
que preguntemos: ¿Son ellos cristianos? Demuestran de una manera
inconfundible que han estado con Jesús y han aprendido de él.
Cuando los hombres manifiestan los rasgos opuestos, cuando son
orgullosos, vanidosos, frívolos, amadores del mundo, avaros, no
bondadosos, censuradores, no es necesario que se nos diga con