Página 221 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Una exhortación
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quién se han estado asociando, quién es su amigo más íntimo. Puede
ser que no crean en la hechicería; no obstante, tienen comunión con
un espíritu maligno.
A éstos yo diría: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primera-
mente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia
y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de la
justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”.
Santiago
3:17, 18
.
Cuando los fariseos y saduceos acudieron al bautismo de Juan,
aquel intrépido pregonero de la justicia los increpó: “¡Generación
de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues,
frutos dignos de arrepentimiento”.
Juan 3:7, 8
. Al venir en busca de
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Juan, estos hombres fueron inducidos por motivos indignos. Eran
hombres de principios malsanos y comportamiento corrupto; sin
embargo, no estaban conscientes de su verdadera condición. Llenos
de orgullo y ambición, no escatimaban esfuerzo alguno por exal-
tarse a sí mismos y afianzar su influencia sobre el pueblo. Vinieron
para recibir el bautismo por manos de Juan para poder cumplir sus
propósitos con más facilidad.
Juan leyó sus motivos, y los recibió con la escudriñadora pre-
gunta: “¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” Si hubieran
escuchado la voz de Dios que hablaba a sus corazones, lo hubiesen
demostrado llevando frutos dignos de arrepentimiento. Los tales
frutos no se vieron. Habían escuchado la amonestación como si
fuera la voz de un mero hombre. Se vieron atraídos por el poder y la
valentía con que hablaba Juan, pero el Espíritu de Dios no envió la
convicción a sus corazones ni produjo en ellos fruto para vida eterna
como muestra segura. No demostraban haber cambiado de corazón.
Juan hubiera querido que entendiesen que sin el poder transformador
del Espíritu Santo, ninguna ceremonia externa podría beneficiarles.
La reprensión del profeta se aplica a muchos en nuestros días.
No pueden negar los claros y convincentes argumentos que sostienen
la verdad, pero la aceptan más como el resultado del razonamiento
humano y no de la revelación divina. No están verdaderamente cons-
cientes de su condición como pecadores ni manifiestan un verdadero
quebrantamiento de corazón; pero, como los fariseos, consideran
que aceptar la verdad es para ellos un acto de gran condescendencia.