Página 223 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Una exhortación
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una norma más elevada que la que han establecido sus ministros.
Necesitamos un ministerio convertido y un pueblo convertido. Los
pastores que cuidan de las almas como quienes han de dar cuenta
conducirán al rebaño por los senderos de paz y santidad. Su éxito en
esta obra será proporcional a su propio crecimiento en gracia y en el
conocimiento de la verdad. Cuando los maestros están santificados
en espíritu, alma y cuerpo, pueden inculcarle al pueblo la importancia
de dicha santificación.
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Se logra poco cuando se habla de asuntos religiosos de manera
casual o se ora por bendiciones espirituales cuando no hay verdadera
hambre en el alma y una fe viviente. La muchedumbre curiosa que
se apiñaba en torno de Cristo no derivaba ningún poder vital de
aquel encuentro; pero, cuando aquella pobre y sufrida mujer en su
gran necesidad extendió su mano y tocó el borde del manto de Jesús,
sintió la virtud sanadora. El suyo fue un toque de fe. Cristo reconoció
aquel toque y decidió allí enseñar una lección para beneficio de
sus seguidores hasta el fin del tiempo. El sabía que había salido
virtud de él, y volviéndose en medio del gentío, dijo: “¿Quién me ha
tocado mis vestidos?” Sorprendidos por su pregunta, sus discípulos
contestaron: “Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha
tocado?”
Marcos 5:30, 31
.
Jesús fijó su vista sobre la que lo había hecho. Estaba llena
de temor. La embargaba un gran gozo, ¿pero sería posible que se
hubiera extralimitado? Sabiendo lo que había sido hecho dentro de
ella, salió temblorosa, se arrojó a los pies de Jesús y le contó la
verdad. Cristo no la reprochó. Tiernamente le dijo: “Ve en paz, y
queda sana de tu azote”.
Mateo 5:34
.
Aquí se distinguió el contacto casual del toque de fe. La oración
y la predicación, sin el ejercicio de una fe viva en Dios, serán en
vano; pero el toque de la fe nos abre la mina divina de poder y
sabiduría; y, de esta manera, por medio de instrumentos de barro,
Dios lleva a cabo las maravillas de su gracia.
Estamos en gran necesidad de esta fe viva hoy día. Es preciso
que tengamos la seguridad de que Cristo es de veras nuestro, que
su Espíritu purifica y refina nuestros corazones. Si los ministros de
Cristo tuvieran una fe genuina acompañada de la mansedumbre y el
amor, ¡cuán grande obra llevarían a cabo! ¡Qué fruto se vería para la
gloria de Dios!