Página 224 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
¿Qué puedo deciros, hermanos míos, que os despierte de vuestra
seguridad carnal? Se me han mostrado vuestros peligros. En la
iglesia hay creyentes e incrédulos. Cristo presenta estas dos clases
en su parábola de la vid y sus sarmientos. Exhorta así a quienes le
siguen: “Estad en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede
llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si
no estuviereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que
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está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada
podéis hacer”.
Juan 15:4, 5
.
Hay gran diferencia entre una supuesta unión y una conexión
real con Cristo por la fe. Una profesión de fe en la verdad pone a los
hombres en la iglesia, pero esto no prueba que tienen una conexión
tal con la vid viviente. Se nos da una regla por la cual se puede
distinguir al verdadero discípulo de aquellos que aseveran seguir
a Cristo, pero no tienen fe en él. La una clase da fruto, la otra no
es fructífera. La una está con frecuencia sometida a la podadera de
Dios, para que pueda dar más fruto; la otra, como ramas secas, queda
pronto separada de la vid viviente.
Siento profunda solicitud porque nuestros hermanos conserven
entre sí el testimonio viviente; y que la iglesia se mantenga pura del
elemento incrédulo. ¿Podemos concebir una relación más estrecha e
íntima con Cristo que la presentada en estas palabras: “Yo soy la vid,
vosotros los pámpanos”? Las fibras del sarmiento son casi iguales
que las de la vid. La comunicación de la vida, fuerza y carácter
fructífero del tronco a los sarmientos, se mantiene constante y sin
obstrucción. La raíz envía su nutrición por el sarmiento. Tal es la
relación que sostiene con Cristo el verdadero creyente. Permanece
en Cristo y obtiene de él su nutrición.
Esta relación espiritual puede establecerse únicamente por el
ejercicio de la fe personal. Esta fe debe expresar de nuestra parte
una suprema preferencia, perfecta confianza y entera consagración.
Nuestra voluntad debe entregarse completamente a la voluntad divi-
na. Nuestros sentimientos, deseos, intereses y honor deben identifi-
carse con la prosperidad del reino de Cristo y el honor de su causa,
recibiendo nosotros constantemente la gracia de él y aceptando
Cristo nuestra gratitud.
Cuando se ha formado esta intimidad de conexión y comunión,
nuestros pecados son puestos sobre Cristo, su justicia nos es impu-