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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
“Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad. Como tú me
enviaste al mundo, también los he enviado al mundo. Y por ellos yo
me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados
en verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los
que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean
una cosa; como tú oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean
en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Juan 17:17-21
.
Esa oración de Cristo abarca a todos los que le habían de seguir
hasta el fin del tiempo. Nuestro Salvador previó las pruebas y los
peligros de su pueblo; no se olvidó de las disensiones y divisiones
que distraerían y debilitarían a su iglesia. Nos consideró con interés
más profundo y compasión más tierna que los que mueven el corazón
de un padre terrenal hacia un hijo extraviado y afligido. Nos ordena
que aprendamos de él. Solicita nuestra confianza. Nos aconseja que
abramos nuestro corazón para recibir su amor. Se ha comprometido
a ser nuestro ayudador.
Cuando Cristo ascendió al cielo, dejó la obra en la tierra en
las manos de sus siervos, los subpastores. “Y él mismo dio unos,
ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros,
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pastores y doctores; para perfección de los santos, para la obra del
ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios,
a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo”.
Efesios 4:11-13
.
Al mandar a sus ministros, nuestro Salvador dio dones a los
hombres, porque por su medio él comunica al mundo las palabras de
vida eterna. Tal es el medio que Dios ha ordenado para la perfección
de los santos en el conocimiento y la verdadera santidad. La obra de
los siervos de Cristo no consiste simplemente en predicar la verdad,
sino que también han de velar por las almas, como quienes han de
dar cuenta a Dios. Deben reprender, corregir, exhortar con paciencia
y doctrina.
Todos los que han sido beneficiados por las labores del siervo
de Dios, deben, según su capacidad, unirse con él para trabajar por
la salvación de las almas. Tal es la obra de todos los verdaderos
creyentes, tanto los ministros como el pueblo. Deben tener siempre
presente ese gran objeto, tratando cada uno de ocupar su puesto