Página 236 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Si se presentan pruebas en la iglesia, examine cada miembro su
propio corazón para ver si la causa de la dificultad no reside en él.
Por el orgullo espiritual, el deseo de dominar, el anhelo ambicioso
de honores o puestos, la falta de dominio propio, por satisfacer una
pasión o el prejuicio, por la inestabilidad o falta de juicio, la iglesia
puede ser perturbada, y su paz sacrificada.
Con frecuencia causan dificultades los diseminadores de chis-
mes, cuyos susurros y sugestiones envenenan las mentes incautas y
separan a los amigos más íntimos. En su mala obra, los creadores
de disensión están secundados por los muchos que con oídos abier-
tos y mal corazón dicen: “Denunciad, y denunciaremos”.
Jeremías
20:10
. Este pecado no debe ser tolerado entre los que siguen a Cristo.
Ningún padre cristiano debe permitir que se repitan chismes en el
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círculo familiar, ni palabras despectivas para los miembros de la
iglesia.
Los cristianos considerarán que se cumple un deber religioso al
reprimir el espíritu de envidia o rivalidad. Deben regocijarse en la
reputación superior o prosperidad de sus hermanos, aun cuando su
propio carácter o progreso parezcan quedar en la sombra. Fueron el
orgullo y la ambición albergados en el corazón de Satanás los que le
desterraron del cielo. Estos males están profundamente arraigados
en nuestra naturaleza caída, y si no se suprimen predominarán sobre
toda cualidad buena y noble, y producirán la envidia y la disensión
como funestos frutos.
Debemos buscar la verdadera bondad más bien que la grandeza.
Los que poseen el ánimo de Cristo tendrán humilde opinión de
sí mismos. Trabajarán por la pureza y prosperidad de la iglesia, y
estarán listos para sacrificar sus propios intereses y deseos antes que
causar disensión entre sus hermanos.
Satanás está tratando constantemente de sembrar desconfianza,
enajenamiento y malicia entre el pueblo de Dios. Con frecuencia
estaremos tentados a sentir que nuestros derechos han sido invadi-
dos, sin que haya verdadera causa para tener esos sentimientos. Los
que se aman a sí mismos más que a Cristo y su causa pondrán sus
intereses en primer lugar, y recurrirán a casi cualquier expediente
para guardarlos y mantenerlos. Cuando se consideren perjudicados
por sus hermanos, algunos acudirán a los tribunales, en vez de seguir
la regla del Salvador. Aun muchos de los que parecen cristianos