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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
brellevad los unos las cargas de los otros; y cumplid así la ley de
Cristo”.
Gálatas 6:1, 2
. Aquí se nos vuelve a presentar claramente
nuestro deber. ¿Cómo pueden los que profesan seguir a Cristo con-
siderar tan livianamente estas recomendaciones inspiradas? No hace
mucho recibí una carta que me describía una circunstancia en la cual
un hermano había manifestado indiscreción. Aunque esto ocurrió
hace años, y era un asunto baladí que apenas merecía ser recordado,
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la persona que escribía declaraba que ello había destruido para siem-
pre su confianza en aquel hermano. Si después de examinarla, la
vida de aquella hermana no revelase mayores errores, sería de veras
una maravilla, porque la naturaleza humana es muy débil. Yo he
tenido y sigo teniendo comunión con hermanos que fueron culpables
de graves pecados, y aun ahora no ven sus pecados como Dios los
ve. Pero el Señor tolera a esas personas, ¿y por qué no las habría
de tolerar yo? Todavía hará él tal impresión por su Espíritu en su
corazón, que el pecado les parecerá, como a Pablo, excesivamente
pecaminoso.
Conocemos muy poco nuestro propio corazón y poca necesidad
sentimos de la misericordia de Dios. Esta es la razón por la cual
albergamos tan poco de aquella dulce compasión que Cristo mani-
fiesta para con nosotros, y que deberíamos manifestar unos hacia
otros. Debemos recordar que nuestros hermanos son como nosotros,
débiles mortales que yerran. Supongamos que un hermano, por no
ejercer bastante vigilancia, quedó vencido por la tentación; y contra-
riamente a su conducta general, cometió algún error. ¿Qué proceder
debemos seguir para con él? Por la historia bíblica sabemos que
algunos hombres a quienes Dios había usado para hacer una obra
grande y buena, cometieron graves errores. El Señor no los dejó sin
reprensión, ni desechó a sus siervos. Cuando ellos se arrepintieron,
él los perdonó misericordiosamente, les reveló su presencia y obró
por medio de ellos. Consideren los pobres y débiles mortales cuánta
compasión y tolerancia de Dios y de sus hermanos necesitan ellos
mismos. Tengan cuidado acerca de cómo juzgan y condenan a los
demás. Debemos prestar atención a las instrucciones del apóstol:
“Vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de
mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también
tentado”.
Gálatas 6:1
. Podemos caer bajo la tentación, y necesitar
toda la paciencia que se nos llama a ejercer hacia el ofensor. “Con