Página 25 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Discurso para un congreso campestre
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pendencia no santificada, han mancillado vuestras labores. Cuando
los hombres se dejan lisonjear y exaltar por Satanás, el Señor puede
hacer poco por ellos o a través de ellos. ¡A qué humillación sin
medida descendió el Hijo del hombre para elevar a la humanidad!
Los obreros de Dios, y no solamente los ministros sino también el
pueblo, necesitan la mansedumbre y sumisión de Cristo si han de
beneficiar a sus semejantes. Siendo Dios, nuestro Salvador se humi-
lló al asumir la naturaleza humana. Pero se rebajó aún más. “Como
hombre, se humilló a sí mismo, al hacerse obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz”.
Filipenses 2:8
. ¡Cómo quisiera hallar palabras
para presentar estos pensamientos ante vosotros! Ojalá que el velo
se rasgara y pudierais ver la causa de vuestra debilidad espiritual.
Ojalá que os fuera posible concebir las abundantes provisiones de
gracia y poder que aguardan que vosotros las pidáis. Aquellos que
tienen hambre y sed de justicia serán saciados. Debemos ejercer una
fe mayor al clamar a Dios por las bendiciones necesarias. Hay que
esforzarse, agonizar, para entrar por la puerta estrecha.
Dice Cristo: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y car-
gados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y
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aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas”.
Mateo 11:28, 29
. Testifico ante vo-
sotros, mis queridos hermanos, ministros y pueblo, de que no habéis
aprendido esta lección. Cristo sufrió vergüenza, agonía y muerte por
nosotros. “Haya, pues entre vosotros, este sentir que hubo también
en Cristo Jesús”.
Filipenses 2:5
. Soportad el reproche y vituperio
sin represalias, sin espíritu de venganza. Jesús murió, no sólo para
hacer expiación por nosotros sino también para ser nuestro mode-
lo. Oh, ¡qué maravillosa condescendencia! ¡Amor incomparable!
Al contemplar al Príncipe de Paz sobre la cruz, ¿podéis albergar el
egoísmo? ¿Podéis ceder ante el odio o la venganza?
Que el espíritu altivo se doblegue en humildad. Que el corazón
endurecido sea quebrantado. Que el yo no se consienta, compadezca
ni exalte más. ¡Mirad, oh, mirad a Aquel que fue traspasado por
nuestros pecados! Vedle subiendo paso a paso el sendero de la humi-
llación para levantarnos, rebajándose a sí mismo hasta ya no poder
más, y todo para salvar a los que caímos por causa del pecado. ¿Por
qué seremos tan indiferentes, tan fríos, tan formales, tan orgullosos,
tan autosuficientes?