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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
interesadas, procurando ahondar la impresión hecha sobre corazones
y conciencias.
Hay muchos que no tienen ningún deseo de amistarse con sus
vecinos incrédulos y con aquellos con quienes se topan, y no sienten
que sea su deber vencer esta renuencia. La verdad que enseñan y el
amor de Jesús deberían poseer gran poder para ayudarles a vencer
este sentimiento. Deberían recordar que han de encontrarse con
estos mismos hombres y mujeres en el día del juicio. ¿Han dejado de
pronunciar palabras que debieron haber sido dichas? ¿Han sentido
suficiente interés por las almas como para amonestarlas, instarlas,
orar por ellas, y hacer cualquier esfuerzo para ganarlas para Cristo?
¿Han combinado el buen criterio con el celo, siguiendo el consejo
del apóstol: “A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros
tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada
por su carne”
Judas 23
?
Hay una obra seria que debe ser realizada por todos los que
desean tener éxito en el ministerio. Os ruego, queridos hermanos,
ministros de Cristo, no fracaséis en vuestro deber asignado de educar
al pueblo a esforzarse con inteligencia por sostener la causa de
Dios en todos sus variados aspectos. Cristo fue un educador y sus
ministros, quienes le representan, deben ser educadores. Cuando
dejan de enseñar al pueblo su obligación para con Dios respecto
al pago de diezmos y ofrendas, descuidan una parte importante de
la obra que el Maestro les asignó, y las palabras “siervo infiel” se
registran al pie de sus nombres en los libros del cielo. La iglesia
deduce que si estas cosas fueran esenciales, el ministro, a quien
Dios envió para presentarles la verdad, así se lo informaría; y se
siente segura y cómoda mientras descuida su deber. El pueblo actúa
de manera contraria a los requerimientos que Dios ha declarado y
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como resultado carece de vida y se vuelve ineficiente. No ejerce una
influencia salvadora sobre el mundo, y Cristo lo conceptúa como sal
que ha perdido su sabor.
Pueden organizarse grupos de observadores del sábado en mu-
chos lugares. A menudo no serán numerosos; pero no han de des-
cuidarse, no han de dejarse morir por falta de esfuerzo personal y
preparación adecuados. La obra no debe dejarse prematuramente.
Ved que todos tengan conocimiento de la verdad, que estén bien
establecidos en la fe e interesados en todos los ramos de la obra,