Página 251 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La obra del ministro del evangelio
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antes de dejarlos y marcharos a otro campo de labor. Y luego, así
como lo hizo el apóstol Pablo, visitadlos a menudo para ver cómo
siguen. ¡Oh, la obra descuidada que hacen muchos de los que se
dicen ser comisionados por Dios para predicar su Palabra hace que
los ángeles derramen lágrimas!
La obra podría encontrarse en un estado saludable en todos los
campos, y de veras lo estuviera si los ministros confiasen en Dios
y no permitiesen que nada interviniese entre ellos y su obra. Hay
mayor necesidad de trabajadores más bien que de predicadores, pero
ambos oficios han de combinarse. Se ha comprobado en el campo
misionero que, no importa cuál sea el talento de predicación, si se
descuida el aspecto del trabajo, si al pueblo no se le enseña cómo
debe trabajar, cómo dirigir reuniones, cómo hacer su parte en la
obra misionera, cómo alcanzar a otros con éxito, la obra será casi
un fracaso. En la obra de la escuela sabática hay mucho que hacer
también para que el pueblo reconozca cuáles son sus obligaciones y
que haga su parte. Dios los llama a trabajar para él, y los ministros
debieran dirigir sus esfuerzos.
Es un hecho obvio y a la vez triste, que la obra en estos campos
debiera estar años más avanzada que lo que está ahora. El descuido
de parte de los ministros ha desanimado al pueblo y la falta de
interés, de sacrificio abnegado y aprecio por la obra de parte del
pueblo ha desanimado a los ministros. “Dos años de atraso” es lo
que aparece registrado en el Libro del Cielo. Este pueblo pudo haber
hecho mucho para adelantar la causa de la verdad y ganar almas
para Cristo en las diferentes localidades, como también crecer ellos
mismos en gracia y en el conocimiento de la verdad, si hubiesen
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aprovechado sus oportunidades y hecho buen uso de sus privilegios,
caminando, no con murmuración y queja, sino con fe y valor. Sólo la
eternidad podrá revelar cuánto se habrá perdido durante estos años y
cuántas almas se han dejado perder por causa de este estado de cosas.
La pérdida es tan grande que no se puede calcular. Se ha insultado a
Dios. El curso que se ha seguido ha infligido una herida a la causa
que tardará años en sanar; y si los errores que se han cometido no se
ven ni hay arrepentimiento por ellos, de seguro que se han de repetir.
El reconocimiento de estos hechos ha traído sobre mí cargas in-
decibles, causándome desvelos. Ha habido ocasiones en que parecía
que mi corazón desfallecería, y sólo podía orar, desahogando mi pe-