Página 252 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
na llorando en voz alta. ¡Oh, me sentía tan apenada por mi Salvador!
Su búsqueda de fruto en la higuera frondosa y su desilusión porque
“nada halló sino hojas” me pareció algo muy vivido ante mis ojos.
Sentí que no podía permitir que fuese así. De ninguna manera podía
yo aceptar los años pasados de descuido del deber de parte de los
ministros y del pueblo. Temía que la maldición de sequedad pronun-
ciada sobre la higuera fuera la suerte de los negligentes. El terrible
descuido en llevar a cabo la obra y en cumplir la misión que Dios les
ha encomendado nos hace incurrir en una pérdida que ninguno de
nosotros puede afrontar. Significa correr un riesgo demasiado temi-
ble en sus resultados y demasiado terrible para que nos aventuremos
a él en ningún período de nuestra historia religiosa; mucho menos
ahora cuando el tiempo es tan corto y hay tanto que hacer en este
día de la preparación de Dios. El cielo entero está fervorosamente
involucrado en la obra de salvación de la humanidad; Dios envía luz
a su pueblo, delineando sus deberes, para que ninguno se desvíe del
camino correcto. Pero Dios no envía su luz y su verdad para que
sean tenidas en poca estima y se traten con liviandad. Si el pueblo
se muestra desatento, son doblemente culpables ante él.
Al entrar en Jerusalén, sobre la cúspide del Monte de los Olivos,
Cristo prorrumpió en un incontrolable llanto de aflicción, excla-
mando entre sollozos mientras contemplaba la ciudad de Jerusalén:
“¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en éste tu día, lo que es
para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos”
Lucas 19:42
.
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No lloró por sí mismo, sino por los que desprecian su misericordia,
su longanimidad y paciencia. El curso seguido por los habitantes
endurecidos de corazón e impenitentes de la ciudad sentenciada es
semejante a la actitud de las iglesias e individuos hacia Cristo en
el tiempo presente. Descuidan sus requerimientos y desprecian su
clemencia. Existe apariencia de piedad, hay culto ceremonioso, hay
oraciones halagadoras; pero falta el verdadero poder. El corazón
no ha sido suavizado por la gracia, sino que es frío e insensible.
Muchos, como los judíos, están cegados por la incredulidad y no
conocen el tiempo de su visitación. En lo que se refiere a la verdad,
han tenido toda clase de oportunidades; Dios ha estado apelando a
ellos por años mediante reprensiones, correcciones e instrucción en
justicia; pero las directivas especiales han sido dadas sólo para ser
descuidadas y colocadas al mismo nivel de las cosas comunes.