La fidelidad en la obra de Dios
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¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? Estamos en el tiempo de
espera; pero este tiempo no ha de emplearse en la devoción abstracta.
Han de combinarse el esperar, el velar y la vigilancia activa. Nuestra
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vida no debiera ser toda apresuramiento, ajetreo y planificación de
asuntos seculares a expensas de la devoción personal y del servicio
que Dios requiere. Aunque no debiéramos ser indolentes en nuestros
negocios, debemos ser fervientes en espíritu y servir al Señor. La
lámpara del alma debe estar preparada y hemos de tener el aceite
de la gracia en nuestras vasijas juntamente con nuestras lámparas.
Ha de tomarse toda precaución para evitar el decaimiento espiritual,
para que el día del Señor no nos sobrecoja como ladrón. No ha
de pensarse que el día está muy lejano; está cerca y nadie debe
decir, ni aun en su corazón y mucho menos por sus acciones: “El
Señor demora su venida”; no sea que por hacerlo sea consignado
con los hipócritas e incrédulos. Vi que el pueblo de Dios está en
un grande peligro; muchos son moradores de la tierra; sus intereses
y afectos están centralizados en el mundo. Su ejemplo no es recto.
El mundo es engañado por el curso que siguen muchos de los que
profesan grandes y nobles verdades. Nuestra responsabilidad debe
ser proporcional a la luz que hemos recibido y las bondades y dones
que se nos han otorgado. La responsabilidad más pesada descansa
sobre los obreros que poseen los talentos, recursos y oportunidades
mayores. Dios le pide al hermano A que cambie su manera de
proceder, que use su habilidad para la gloria de Dios en lugar de
degradarla en los viles intereses mundanales. Hoy es su día de la
responsabilidad; pronto llegará su día del arreglo de cuentas.
El hermano A me fue presentado como un representante de cier-
ta clase de personas que se encuentran en una condición parecida.
Nunca han mostrado indiferencia hacia la ventaja mundanal más
pequeña. Por medio de una diligente capacidad comercial e inver-
siones exitosas, por medio de transacciones, no en dólares, sino en
monedas y centavos, han acumulado bienes; pero al hacerlo han edu-
cado sus facultades de una manera inconsecuente con el desarrollo
del carácter cristiano. Sus vidas de ninguna manera representan a
Cristo, por cuanto aman al mundo y sus ganancias más que a Dios o
a la verdad. “Si alguno ama el mundo, el amor del Padre no está en
él”.
1 Juan 2:15
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