Página 275 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La fidelidad en la obra de Dios
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mente al servicio de Mammón, está sumamente equivocado. Dijo
Cristo: “Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al
uno y amará al otro, o se adherirá al uno y menospreciará al otro.
No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
Mateo 6:24
. Si el hermano
A sigue subordinando las cosas eternas a sus intereses seculares,
su pasión por el lucro irá aumentando paulatinamente hasta que se
sobrepondrá a los principios, y el dios de este siglo lo cegará de tal
manera que será incapaz de discernir entre lo sagrado y lo profano.
El hermano A ejerce una fuerte influencia sobre las mentes de
sus hermanos; ellos ven las cosas casi exclusivamente desde su punto
de vista. Necesita mejorar en integridad espiritual y ser sabio en las
cosas de Dios. Debe comenzar a demostrar interés y dedicación en
las cosas celestiales y educar de tal manera sus facultades que pueda
ser de utilidad en la causa de Dios. Necesita la armadura de justicia
para resistir los dardos del enemigo. Es imposible que obtenga la
salvación a menos que se lleve a cabo un cambio decidido en los
objetivos y ocupación de su vida, a menos que constantemente se
ejercite en las cosas espirituales.
Dios pide que los miembros individuales de las iglesias en es-
tas dos asociaciones despierten y se conviertan. Hermanos, vuestra
mundanalidad, falta de confianza y murmuración os ha colocado en
una posición tal que es sumamente difícil que alguien pueda trabajar
entre vosotros. Mientras que el presidente descuidó su trabajo y no
cumplió su deber, vuestra actitud fue tal que no le brindó ningún
aliento. El que ejerce autoridad debió haberse portado como un hom-
bre de Dios, reprendiendo, exhortando, animando, según lo exigiera
la ocasión, sin importar que vosotros recibiéseis o rechazáseis su
testimonio; pero él fácilmente se desanimaba y os dejó sin el auxilio
que un fiel ministro de Cristo debió haber dado. Fracasó en no ha-
berse mantenido al paso con la franca providencia de Dios y en no
haberos señalado vuestro deber y educado para que estuviéseis a la
altura de las exigencias de la hora; pero la negligencia del ministro
no os debiera desanimar y hacer que os excuséis por haber descui-
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dado el deber. Hay una necesidad mayor aún de fuerza y fidelidad
de vuestra parte.