El pecado del descontento
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Por todo lo que tenéis y sois, estimados amigos, estáis endeu-
dados con Dios. El os ha dado facultades que, hasta cierto punto,
son semejantes a las que él mismo posee; y debéis esforzaros fer-
vientemente para cultivarlas y no para satisfacer y exaltar el yo, sino
para glorificarlo a él. No habéis aprovechado debidamente vuestros
privilegios. Debéis educaros a vosotros mismos para llevar responsa-
bilidades. El intelecto debe ser cultivado; si dejáis que se enmohezca
por falta de uso, se degenerará.
La tierra es del Señor. Aquí se puede ver que la naturaleza, tanto
animada como inanimada, obedece su voluntad. Dios creó al hombre
como ser superior; sólo él fue hecho a la imagen de Dios y es capaz
de participar de la naturaleza divina, de cooperar con su Creador y
llevar a cabo sus planes; y sólo él se encuentra lidiando contra los
propósitos de Dios.
¡Cuán maravillosamente y con cuánta belleza ha sido creada la
naturaleza! Por doquiera vemos las obras perfectas del gran Artis-
ta Maestro. Los cielos cuentan su gloria; y la tierra, que ha sido
hecha para el bien del hombre, nos habla de su amor inigualable.
Su superficie no es un llano monótono, sino que grandes montañas
se levantan para variar el panorama. Hay manantiales cristalinos y
valles feraces, hermosos lagos, ríos amplios y el océano inmenso.
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Dios manda el rocío y la lluvia para refrescar la tierra sedienta. Las
brisas que fomentan la salud purificando y refrescando la atmósfera,
son controladas por su sabiduría. Ha colocado el sol en el cielo para
marcar los períodos del día y la noche, y para alumbrar y calentar la
tierra con sus templados rayos, haciendo que brote la vegetación.
Llamo vuestra atención a estas bendiciones que provienen de
la dadivosa mano de Dios. Que las frescas glorias de cada nueva
mañana despierten en vuestros corazones la alabanza por estas ex-
presiones de amoroso cuidado. Pero si nuestro bondadoso Padre
celestial nos ha dado tantas cosas para fomentar nuestra felicidad,
también nos ha dado bendiciones inesperadas. El comprende las
necesidades del hombre caído; y mientras que nos ha dado pro-
vechos por un lado, por otro hay inconveniencias cuyo propósito
es estimularnos para usar la capacidad que él nos ha dado. Estas
inconveniencias desarrollan en nosotros el esmero, la perseverancia
y el valor.