Página 308 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Hay males que el hombre puede aminorar, pero que nunca puede
eliminar. Ha de vencer los obstáculos y forjar su ambiente en lugar
de ser amoldado por ellos. Tiene lugar suficiente para ejercitar sus
talentos y extraer orden y armonía de la confusión. Al hacer esta
obra puede disfrutar de la ayuda divina, si la reclama. No se le deja
luchar con las tentaciones y pruebas con sus propias fuerzas. Aquel
que es poderoso es capaz de ayudar. Jesús dejó las mansiones reales
del cielo y sufrió y murió en un mundo degradado por el pecado con
el fin de enseñarle al hombre cómo pasar por las luchas de la vida y
vencer sus tentaciones. He ahí un ejemplo para nosotros.
Al contar los beneficios que nos ha conferido nuestro Padre
celestial, ¿no os sentís reprendidos por vuestras quejas ingratas?
Durante varios años él os prestó una hija y hermana, hasta que
comenzasteis a considerarla como vuestra, y sentíais que teníais
derecho a este buen obsequio. Dios oyó vuestras murmuraciones.
Si había una nube a la vista, parecía que olvidábais que el sol hu-
biese brillado alguna vez; y os circundaban siempre las nubes y la
oscuridad. Dios os envió la aflicción; os quitó el tesoro con el fin
de que pudiérais distinguir la diferencia entre la prosperidad y el
verdadero pesar. Pero no humillasteis vuestros corazones ante él ni
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os arrepentisteis del gran pecado de ingratitud que os había separado
de su amor. Al igual que Job, pensábais que teníais justa causa para
el duelo y no podíais ser consolados. ¿Era esto razonable? Sabéis
que la muerte es un poder que ninguno es capaz de resistir; pero
habéis inutilizado vuestras vidas a causa de vuestra inútil aflicción.
Vuestro sentimiento ha sido poco menos que una rebelión contra
Dios. Os vi a todos concentrados en vuestro duelo, y dando lugar a
vuestros sentimientos excitables hasta que vuestras ruidosas demos-
traciones de pesar hicieron que los ángeles encubrieran sus rostros y
se apartaran de la escena.
Al ceder de esta manera a vuestros sentimientos, ¿recordabais
que teníais un Padre en los cielos que dio a su Hijo unigénito para que
muriera por nosotros con el fin de que la muerte no fuese un sueño
eterno? ¿Recordabais que el Señor de la vida y de la gloria bajó a
la tumba y la iluminó con su propia presencia? Dijo el discípulo
amado: “Oí una voz procedente del cielo, que me decía: Escribe:
Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor de aquí en
adelante. Sí, dice el Espíritu, mueren para descansar de sus trabajos,